14/06/2024

Puntos, guías y gurús.

Si hay un tema polémico entre los consumidores de vino, y se podría decir que también entre los que hacen vino, este es el de los concursos de vinos y las guías que los gurús y críticos del vino suelen presentar todos los años, repartiendo puntos como si fuesen los niños de San Idelfonso en Navidad.

De los concursos de vinos he hablado no hace mucho en el blog, esencialmente no voy a hablar de algo muy distinto, peor también tiene su enjundia. Veréis.

Todo empezó en 1975, en Estados Unidos. Allí, un abogado de Baltimore amante de los vinos franceses y californianos, crea un boletín en el que publica las críticas de los vinos que bebe. Lo hace a su estilo, no se limita a poner cinco o seis adjetivos, el precio del vino y el nombre de una tienda donde comprarlo, Bob hilvana los adjetivos y les da un poco de vida. Al final de la crítica sigue poniendo su precio, la tienda donde comprarlo y un número al lado, 89, 93, 96… ¿de qué va ese número? Pues es una nota. Nunca antes nadie le había puesto una nota a un vino, como mucho se les había puesto otro adjetivo: excelente, bueno, feo o malo. Bueno, quizá feo no. Pero a lo que iba, el bueno de Bob pensó que poniendo una nota a cada vino que probaba, sería más facil comparar dos vinos que a lo mejor solo tenían en común su color, y de alguna forma, eso también ayudaba a ahorrar un poco de dinero, ¿para qué gastar, por ejemplo, 100€ en un vino francés que tiene 88 puntos, si este vino de Napa cuesta la mitad y encima tiene 92 puntos?

Dado el éxito que tuvo, en 1978 el boletín pasó a ser una revista, The Baltimore-Whasington Wine Advocate aunque poco tiempo después paso a llamarse The Wine Advocate. (Si, lo habéis adivinado, Bob es Robert Parker). Poco más adelante, en 1982 el sr. Parker calificó la cosecha de ese año de Burdeos como “Soberbia” y animó a sus lectores a comprar masivamente esos vinos, pues con el tiempo, no solo mejorarían, si no que se revalorizarían, en contra de lo que opinaban el resto de críticos el mundo.

La historia dice que el sr. Parker acertó de lleno, de hecho, poco tiempo después dejó su trabajo como abogado y se pudo dedicar de lleno a su publicación, hasta que en 2019 la vendió a la guía Michelín.

A estas alturas quien más y quien menos ya sabe la repercusión que ha tenido la guía de Parker y sus opiniones sobre vino, nos pueden gustar más, menos, o casi nada, aunque hay que reconocer que la idea es buena, alguien con criterio te pasa decenas de referencias sobre vinos, utilizando un lenguaje, digamos que accesible, y con un simple vistazo a la nota que ha obtenido te puedes hacer una idea de la calidad que puede tener, a poco bien que esté estructurada la guía puedes hacer comparaciones entre vinos con muchísima rapidez. Además, este modelo de guía se puede replicar facilmente, se puede hacer con todos los vinos de todas partes del mundo, todo parecen ser ventajas, pero, sin embargo, últimamente las guías, no sólo The Wine Advocate, están siendo cuestionadas.

Razones hay muchas, la primera y más simple quizás sea el abuso de lo que precisamente era lo que le hacía diferente a otras críticas, es decir, los puntos. Casi todas las guías, casi todas las listas de vinos dan puntos, es bastante fácil ver una botella que tiene nosecuantos puntos Parker, otrostantos Suckling, uno menos que le da Peñín y que coincide con la nota que le da Decanter. Y esta es otra razón, mucho crítico, mucha guía, pero luego las puntuaciones son muy similares, es raro ver que haya una diferencia de mas-menos cuatro o cinco puntos entre las distintas guías o gurús, lo más común es ver diferencias de mas-menos uno o dos puntos.

 Esto puede deberse a que los métodos de cata usados por las guías son muy similares, extremadamente estandarizados y homogeneizados, de modo que un vino que tenga un patrón de aromas, color y sabor determinados, irremediablemente va a tener una puntuación muy concreta.

Quizás esto os pueda sonar algo raro, pero a poco que se introduzca la Inteligencia Artificial en los sistemas de cata, si es que no lo está ya, es relativamente fácil crear un algoritmo que busque ciertas palabras clave en notas de cata y opiniones de un vino, a cada palabra clave le va a dar un valor, y según como este armado este algoritmo, la IA va a generar una nota automáticamente, y ya os digo que para esto no hay que correr mucho, lo vamos a ver en no menos de 5 años.

También resulta muy aburrido ver que los mismos vinos, año tras año, tienen las mismas puntuaciones, casi no hay variaciones, ¿realmente ninguno de los grandes vinos nunca jamás ha tenido un mal año, todas las añadas tienen que ser de 96 puntos p’arriba?, ¿ninguna bodega pequeña que se tira años y años haciendo buenos vinos va a subir de los 94 puntos? Bueno, si que es verdad que alguna bodega hay que ha pasado de 92/93 puntos a tener 95/96, pero en casi todas las ocasiones, esto ha sido al mismo tiempo que ese vino ha subido de precio, y no poco precisamente, ¿tiene algo que ver el precio con la puntuación de los vinos? En cierto modo yo lo veo así. Los vinos que más alta puntuación tienen, entre los 95 y 100 puntos, raramente estarán por debajo de los 30€, y normalmente, cuanta más puntos tienen, más euros cuestan, aunque no necesariamente el vinos con más puntos es el vino más caro.  Admito que puede haber excepciones, pero a lo que voy es que el precio es una parte muy importante de la identidad del lujo, de lo exclusivo, sería muy extraño ver un vino de… pongamos ¿25 euros? con 98 puntos Parker, Peñín, Atkin o Jancis… Esto me lleva a otro melón que antes he medio rozado.

Casi todas las catas para las guías son a botella vista, asumo que la gente que realiza las catas son profesionales, no dudo que hagan esfuerzos para que esto no les influya, pero al fin y al cabo somos seres humanos y ahí está nuestro subconsciente. Creo que la forma más objetiva es la cata a ciegas pura y dura, con la copa oscura. Por supuesto que hay profesionales que son muy capaces de identificar vinos y bodegas míticas, pero lo que casi más me interesa es justo lo contrario, que los vinos que se caten puedan estar libres de nombres y etiquetas, estoy seguro que algunos grandes vinos obtendrían menos puntos de los que realmente tienen ahora, pero estoy más convencido de que vinos más “anónimos” obtendrían puntuaciones más justas y más altas.

Tampoco ayuda mucho cierto oscurantismo que hay en la elección de los vinos que aparecen en algunas guías. Cierto es que es inabarcable el poder catar los miles de vinos que se producen ya no en España, sino en todo el mundo, y por lo tanto resulta comprensible que se tengan que hacer selecciones previas, el problema es cómo se realizan esas selecciones. Como dije antes, y repito, no pongo en duda que haya profesionales encargados de hacer esta tarea y que la hagan con la mayor sinceridad del mundo, es completamente lógico y comprensible que además exista cierto anonimato a la hora de realizar la selección, con el fin de evitar presiones innecesarias a la hora de elegir los vinos, pero creo que, al menos, las guías o los catadores deberían divulgar más y mejor cuáles son los criterios de selección de los vinos, de esta forma también disminuiría esa sensación de que las guías tienen sus puntos dispuestos a quien lo quiera pagar, porque, de verdad, en ocasiones ver ciertos vinos con un nivel entre 87 y 90 puntos y cuyo mejor uso sea para kalimocho o mezclado con gaseosa, no hace más que alimentar este ¿mito? Puestos a pedir, tampoco estaría mal que las guías explicaran mucho más cómo funcionan sus escalas de puntos, porque a lo mejor estamos pensando que 87-90 puntos es un vino que tiene una calidad más que aceptable, cuando realmente lo que quiere decir esos puntos es que ese vino solo sirve para hacer tinto de verano…

Entiendo que tienen que existir las guías, que como idea es una idea genial, pero lo que no tengo tan claro es a quién van dirigidas, les ha pasado como con los concursos de vinos y sus medallas, nacieron con la idea de acercar las bodegas a los consumidores pero al final se han transformado en una herramienta, una carta de presentación de las bodegas a un cliente que se parece más a un mayorista o a un importador que al consumidor final del vino, al que han dejado de lado. Las guías ahora son un activo económico más que pude ser comprado y vendido como ya ha pasado con The Wine Advocate o Jancis Robinson, o en otros casos pueden hacer las veces de una agencia de comunicación o casi un mayorista como le está haciendo Peñín.

Creer hoy en día en las guías y en las puntuaciones, se ha convertido en un acto de fe. Como consumidor, tiendo a desconfiar cada vez más de la pegatina con un número pegada a la botella de vino, realmente ¿qué significa ese 92?, ¿por qué me debería ofrecer más confianza lo que pone esa guía, que las opiniones que me puedo encontrar en redes sociales, de gente que a lo mejor no conozco de nada, pero que se expresan con más coherencia y credibilidad de lo que un gurú o un experto puedan poner en su guía?



10/05/2024

Desalcoholizando, que es gerundio.

Aunque la excusa es nueva, la historia es la misma de siempre: alguien ve una tendencia de consumo en EEUU, coge lo que le interesa y dice que en España hay que hacer lo mismo, porque si esto pasa en yanquilandia, aquí no tardará en llegar. La cosa es que normalmente quienes dicen esto son los mismos que tienen algún interés en que suceda y que no dudan en dar la brasa semana sí y semana también para intentar que nos concienciemos de las bondades de la nueva ola que va a llegar, aunque finalmente, de tanto repetirlo, pasamos de la ola, pasamos de los yanquis, de sus tendencias y de la madre que los parió a todos.

Como muestra, ahí tenemos lo del vino en lata. Que sí, que los Millenials y Gen Z en los EEUU consumen mucho vino en lata (dicen), que allí hay unas ventas del copón, pero lo que no nos cuentan es si es una tendencia que abarca a una parte significativa de ambas generaciones en todo el país, o es una tendencia de una parte pequeñita, más en concreto de aquella que tiene un nivel económico más bien desahogado y tan sólo en unos estados de la unión, pero eso se lo callan porque descafeína su argumento.

La bicha ahora es la tendencia del consumo de bebidas “bajas en alcohol”, desalcoholizadas o “sin alcohol”.

Bebidas de estas características están disponibles en todas partes y están haciendo campañas publicitarias bestiales, es evidente que cada vez hay un mayor consumo de este tipo de bebidas, y aunque el vino se apuntó a tiempo a la carrera, durante años ha ido al trote cochinero, y ahora, mira tú por donde, les han entrado las prisas.

Para poder continuar con mi razonamiento, tengo que daros dos pequeñas turras. Una sobre lo que se consideran vinos desalcoholizados, parcialmente desalcoholizados y vinos con “bajo contenido en alcohol” y otra turra sobre cómo se obtienen estos vinos.

TURRA Nº 1: Los NOLOW.

Hace poco más de dos años, Organización Internacional del Vino (OIV), viendo que (una vez más) las cerveceras le pasaban por la derecha, que las grandes marcas de destilados ya tenían en el mercado productos con bajo contenido alcohólico o sin alcohol, amén que algunas bodegas ya estaban comercializando “vino sin alcohol” o “vinos con bajo contenido alcohólico”, se decidieron a definir a lo que se debía llamar vino desalcoholizado y luego que cada país decidiera lo que más le convenía. En Europa no tardaron mucho en “hacerles” caso, y a través de la Política Agraria Común, quicir, la PAC,  lanzaron (más o menos) esta definición:

-       Vinos desalcoholizados: vinos que habiendo completado su fermentación se les retira, por diversos métodos, una parte o casi la totalidad del alcohol que contienen. Si mantienen entre el 0,5 y el 8% del volumen del alcohol hablaremos de vinos parcialmente desalcoholizados, y si mantienen menos del 0,5% de volumen, se les llamará vinos desalcoholizados.

Ojo, la norma habla de vinos desalcoholizados, en ningún momento se habla de vinos “sin alcohol”, que aunque sea el término por el que los conocemos, se debe más al márketing que a la norma. Tampoco aparece en ninguna parte el término “vinos con bajo contenido en alcohol”, que para que nos entendamos, son vinos a los que se les ha interrumpido la fermentación y que tienen menos 8% de alcohol, por lo que muchos de ellos suelen tener aún algo de azúcar residual, incluso algo de carbónico (cuando no se les mete directamente). Este es el caso de los frizzantes y ciertos vinos de aguja, que por definición, no se les debería considerar vinos (ya que no alcanzan la graduación mínima que dictamina la OIV), pero es bastante posible que se cambie este año la normativa para que todos estos “vinos bajos en contenido alcohólico” dejen de usar las comillas.

 

TURRA Nº 2: Cómo se desalcoholiza el vino

No tengo la intención de soltaros una impresionante chapa sobre física ni química orgánica, más que nada porque no soy ningún experto en ninguna de las dos materias, y lo más probable es que cometa errores sobre lo que he encontrado, así que no os toméis las siguientes definiciones al píe de la letra. A grosso modo, estos son algunos de los métodos utilizados para desalcoholizar vino:

-       Destilación pura y dura: se calienta el vino a una temperatura determinada, de modo que el alcohol se evapore (aunque este puede ser recuperado). Es un método agresivo en el que el vino pierde muchas de sus características.

-       Destilación por conos rotatorios: se introduce el vino en el interior de un tanque vertical en el que se ha hecho el vacío, y  en el que hay dispuestos una serie de conos que giran en su interior, lo que hace que el  vino centrifugue y que se cree una fina capa alrededor de la superficie de los conos, mientras que por el centro del tanque se inyecta vapor de nitrógeno que hace que del vino se separen, primero los aromas (que posteriormente se reintegra al vino desalcholizado) y luego el alcohol que puede ser recuperado para otros usos. Por cierto, si estáis pensando utilizar la lavadora o secadora como desalcoholizadoras, no os lo recomiendo salvo que os gusten los vinos con toques de calcetín “sudáo” o zurraspillas.

-       Sistema de membranas u osmosis inversa: en un circuito cerrado, se hace pasar al vino a través de unas membranas que dejan pasar el alcohol, pero no el agua. Sé que está contado de una forma muy simple, pero lo que quiero es que os quedéis con el concepto.

-        Hay otros métodos en los que al vino se le somete a cambios de presión y de temperatura para que el mismo fin, pero estos son los que más se utilizan a día de hoy.

Y ahora que la cosa está un poco más clara, ¿no os surgen más dudas? Pues a mí sí, se me ocurrieron estas:

-       ¿Sólo se “elimina” el alcohol con estos métodos/sistemas? Pues NO, el sistema no es perfecto por lo que se pierde una cantidad considerable de volumen líquido entre el alcohol y una parte de agua. Como quiera que sea, tanto en este agua como en el alcohol, también van disueltos muchos aromas, sabores y componentes del vino que no pueden ser recuperados. Esta pérdida de volumen hace que el vino desalcoholizado sea más concentrado, por lo que se añaden mostos, agua y otros elementos (ejem) que permitan que el vino sea más bebible y no se estropee en poco tiempo.

-       ¿Sabe un vino desalcoholizado igual que el vino normal y corriente? NO, ni de coña, ni de lejos, ni p’atrás. A ver, yo no he probado aún ninguno de estos vinos, pero evidentemente si pierde componentes es imposible que sepa igual, y si encima se le echan conservantes para que no se estropee, igual, igual no será. Habrá quien diga que esto es cuestión de tiempo, de tecnología, de seleccionar uvas y bla bla bla. Vamos a ver. A día de hoy una cerveza sin alcohol está aún lejos de saber cómo una cerveza normal, y otra cosa no, pero las cerveceras tienen más músculo económico que las bodegas y llevan más de 20 años haciendo cervezas sin alcohol sin que se aproximen al producto original, así que si alguien espera a corto/medio plazo un vino desalcoholizado con un gusto similar al del vino, que se vaya comprando el yayamovil y espere sentado.

-       ¿Se puede desalcoholizar cualquier vino? SI, por supuesto, ahora, la pregunta realmente sería qué vino interesa desalcoholizar. Un vino que haya pasado por barrica, lo mismo no es el mejor vino para hacerlo, a saber qué gustos pueda dejar. De momento se está haciendo con vinos jóvenes que una vez desalcoholizados se le pueden añadir cositas: zumos, botánicos (si, has leído bien, botánicos, como en la ginebra) e incluso “infusiones” de marihuana, lo que no dejaría de tener su gracia, quitas el alcohol por sus efectos negativos en la salud y le metes “maría”. Toma del frasco, Carrasco.

-       Por otra parte, tampoco tiene sentido desalcoholizar vinos de gamas medias, mucho menos altas, ¿por qué? Si lo que estamos vendiendo es un producto ecológico, tradicional, cepas centenarias, el trabajo de generaciones, hombre, si metes estos vinos en una centrifugadora y le añades mosto en el mejor de los casos, primero que va a ser mucho más caro, y segundo, te has cargado todo el relato dorado del vino, que ya habrá quien se invente un relato nuevo donde quepan estos “vinos” pero a priori…

-       Pero ¿y si sólo se quiere quitar un poco de grado alcohólico a un vino, se puede hacer? Ah, amigo, poder se puede, otra cosa es si los Consejos Reguladores te dejen hacerlo, pero si tal y como va la cosa que hay vinos que alcanzan los 14º con facilidad, no me extrañaría que alguien esté tentado de hacer trampas, o lo que es peor, regular el uso de estas técnicas para bajar grado de forma artificial.

-       ¿Es cara la desalcoholización? Pues no he encontrado cifras exactas porque depende de los métodos y de la maquinaria que se usa, pero barato no es, empezando por la maquinaria, que no solo es cara, si no que el proceso lleva tiempo y necesita mucha energía, requiere de una inversión económica realmente fuerte. Y por otra parte, ecológico, lo que se dice ecológico no es, dado el consumo eléctrico y los residuos que genera todo el proceso, aunque como dije antes, ya nos lo intentarán “adecuar”.

-       ¿Será esto una moda, o ha venido para quedarse? Pues esa es mi duda. Está claro hay consumidores para este tipo de bebidas, por lo que mercado tiene. Ahora bien, tiene que competir con otros productos que tienen mucho más camino andado y que han copado el nicho, por lo que les va a costar crear su propio sitio, máxime cuando el vino no es un sector que precisamente gaste mucho dinero en publicidad. Si realmente es una moda, tampoco sería extraño que dentro de unos años los mismos que la han creado la deriven o reconduzcan al consumo “tradicional” o a otra cosa. Por otra parte, también me parece que el sector del vino está desesperado y tiende a agarrarse a cualquier cosa que se parezca a una tabla de salvación por si toca la flauta.

-       ¿Gustará a los bebedores habituales de vino? Yo no lo he probado, aunque sé, sabéis que lo haré y ya os diré; pero me imagino que la cosa irá por los gustos de cada uno. Si me guío por mi intuición, lo tiene bastante complicado. Primero, si llevamos años glosando el relato de la tradición, las costumbres, legados, el terroir, la mineralidad, lo natural…, este tipo de bebidas es todo lo contrario, artificial e industrial, no muy diferente a lo que puede ser una cocacola o un tang. Segundo, haciendo un paralelismo con la cerveza sin alcohol, sí que percibo que el consumo de cerveza “sin” se hace desde un punto de vista de eliminar en parte o totalmente el consumo habitual de cerveza  “con” (por distintos motivos), y se quiere hacer con algo con lo que se está habituado a beber, es decir, dejo de beber cerveza con alcohol y no lo sustituyo por un refresco o un zumo, lo hago con algo con la alternativa “sin” a lo que estoy habituado o lo que me hubiera apetecido beber realmente. Con el vino es complicado. Las bodegas que a día de hoy pueden permitirse hacer este tipo de vinos son sobre todo las industriales. Si de por sí no nos bebemos sus vinos más mediocres ¿realmente vamos a beber sus vinos mediocres desalcoholizados? Y tercero. Todos los que disfrutamos del vino tenemos un punto snob, ¿realmente vamos a modificar nuestros hábitos para beber algo que no se ha pedido, y que de alguna forma se quiere imponer?

Nunca perro viejo aprendió trucos nuevos.

28/04/2024

¿Tiene que ser caro el vino? 2ª parte: Los que beben


¿A vosotros no os cuesta diferenciar entre precio y valor de una cosa?

 Cierto, hay una serie de definiciones teóricas más o menos fáciles de comprender, pero mis dudas surgen cuando entro en una tienda, en un taller, o en un bar, y especialmente cuando veo los precios de lo que algunos se gastan a la hora de comer en alguno de los restaurantes de moda o lo que cuestan algunos vinos de alta gama. Vaya por delante que respeto el que quiera pagar esos precios, al fin y al cabo, cada uno hace con su dinero lo que mejor le viene; pero en mi mente, en mi foro interno, me resulta incomprensible el pagar ciertos precios. Todos los vinos parten de un elemento común, la uva, que como todo en la vida, la hay de distintas calidades, distintas formas de convertirlas en vino, de envejecerlo, embotellarlo, distintas formas de comprarlo. Entiendo que no es lo mismo una bodega construida con materiales prefabricados, a otra que ha sido diseñada por un prestigioso arquitecto norteamericano, u otra que esté dentro de un castillo o un monasterio medieval, que las viñas sean centenarias y plantadas en vaso en un pedregal, y que existan otras que han sido plantadas en espaldera y con riego. Entiendo que el vino lo haga una multinacional cuyo negocio está, quizá, más enfocado a obtener el máximo rendimiento económico con la menor inversión posible, a que lo haga una familia que le gusta vivir (que no sobrevivir) de algo en lo que ha puesto alma, corazón y vida.

Entiendo, hasta cierto punto, que el precio también sirve para marcar diferencias para posicionar un tipo de vino, de modo que acceder a él solo pueda hacerlo un determinado tipo de consumidor y que esto genere un aura de exclusividad, tanto para las bodegas que crean ese divino elixir, como para la tienda que lo vende y también para quien lo compra.

Entonces ¿vale el vino lo que realmente cuesta?

Respuesta corta: Depende.

Respuesta larga: Depende a quién le preguntes.

Veréis. A día de hoy, en 2024, el GRAN problema del vino es que hay más vino que gente dispuesta a beberlo, por distintas razones que ya he contado en otras entradas/episodios, y como también decía, la forma más lógica de resolver el problema solo se puede hacer de dos formas posibles:

-        Una es aumentar el consumo de vino, bien porque todos empecemos a beber más o bien porque haya más consumidores. Tal y como pinta la cosa, ninguna de las dos es sencilla y, en algunos casos, ni siquiera deseable. Ya sabemos que los excesos del vino no son compatibles con una buena salud, y de sobra es conocido que las nuevas generaciones ahora mismo tienen un nulo interés por el vino (lógico, por otra parte).

-       La otra forma, teóricamente más sencilla, es adecuar la oferta a la demanda, lo que es un bonito concepto, que diría el Sensei.

Aquí el problema radica en saber qué es lo que se demanda, lo que se va a demandar en el futuro y si existen los medios para equilibrar las cantidades de vino que saldrán de las bodegas y lo que nosotros podamos beber, aunque esto no deja de ser una simpleza.

Me explico.

Hoy en día es posible saber qué vinos se venden en España, si los bebemos  en casa o los bebemos fuera. Se pueden realizar estudios de mercado y saber cuáles son las tendencias de consumo de vino por edad, sexo, estado civil, nivel de ingresos, etc. Existen herramientas que analizan las redes sociales y que pueden mostrar modelos de consumo en el presente y realizar proyecciones a futuro de todo un universo digital que habla, consume o posturea con una botella de vino. Yo no digo que esto sea ni fácil ni barato, pero es algo que está ahí y que se está haciendo en otros países y con otros productos, pero por alguna razón aquí, ¡ sorpresa!, aquí hemos decidido que inventen otros (marca España), se cogen datos, estudios, proyecciones de otros países para hacerlos nuestros aunque culturalmente existan numerosas diferencias, y lo que es peor, ni siquiera adoptan las medidas que toman otros países, aquí solo se toman las más fáciles Y baratas. Otro día tengo que hablaros de esto con más detalles.

El caso es que en España se está simplificando al extremo, están tratando de convencernos a golpe de martillo que el consumo de vino en nuestro país se divide en dos grupos: el vino de alta gama (lujo y “premium”), y por otro lado los vinos “populares, fáciles de beber” hechos a gran escala, o sea, que en este país o bebemos muy caro o muy barato.

Lo primero que me pasa por la cabeza es preguntar qué es lo que pasa con los vinos que se quedan en medio de estas dos categorías, ¿no existen, no son representativos? en serio ¿solo bebemos Don Simón o La Faraona?

Aunque diéramos por cierta esta teoría, aunque solo fuera por un minuto, enseguida nos daríamos cuenta que cada uno de esos dos grandes y monolíticos grupos tienen innumerables subdivisiones. Me encantaría poneros una ponencia que dio el director del Observatorio del Mercado del Vino, Rafael del Rey, el pasado 15 de abril en el Duero Wine Fest donde sin ningún rubor se vino a decir que en España la gama media del vino ha muerto, y que esos vinos que ahora se encuentran en un limbo, que no les queda más remedio que migrar, bien al bando del vino caro, bien al del barato, bien al bando de la calidad, el prestigio y el relato cultural, o al bando del vino popular, fresco y dulcecito, y se pretende que con estos mimbres sean suficientes para el futuro del vino español.

Tal y como lo veo, el vino facilón, el granel, el vino de dos-tres euros la botella, el vino basto, tiene la muerte asegurada en no menos de 15 años, al menos como ahora lo conocemos. Es bastante probable que su futuro pase a ser refrescos a base de vino, zumo concentrado y gas, cuando no sea destinado a bebidas sin alcohol o bajo contenido en alcohol (de esto también habrá que hablar).

¿Qué es lo que va a pasar entonces con los vinos que no responden a esta clasificación o no quieren verse en este grupo? Pues si seguimos la lógica que se quiere imponer, tendrán que subir de precio, ojo, no para que paguemos un precio justo y lógico por lo que estamos bebiendo, que es lo que se debería haber hecho hace mucho tiempo y que es por lo que tenían que haber luchado muchas bodegas. La verdadera razón es que los precios van a subir, o debieran subir para diferenciarse por precio del vino de más baja calidad, es decir, que la apreciación de la calidad de un vino se haga fundamentalmente por su precio. Para ello, de alguna forma se establecerán unos “vinos patrones”, con un precio determinado y a partir de ahí se podrá establecer si un vino tiene más o menos calidad, es decir, si un vino cuesta más que el vino patrón eso querrá decir que ese vino es de mucha calidad, y si cuesta menos, pues será un vino fácil y popular. La de lobos vestidos de ovejas que esto va a crear.

Es aquí y ahora cuando os pregunto, ¿tiene que ser el vino más caro?, mejor dicho ¿tiene que ser el vino más caro por este motivo?

Es más, si realmente nos dirigen a un escenario en el que sólo hay dos ofertas súper concentradas, con sus trampas, porque no os quepa duda que las trampas que ya hay hoy en día no van a desaparecer (seguramente se transformarán), a lo que nos gusta realmente el vino nos van a poner en un serio problema, y este es gastar más en vino pero consumiendo considerablemente menos, y esta situación habrá quien pueda afrontarla bien, regular o mal, y que muy probablemente termine con muchos consumidores, al igual que hoy sucede con Millenials y Generación Z, que pasen a un amplio mercado de bebidas y refrescos alcoholizados o no, siendo el vino una bebida con escaso interés, que se consuma  en ocasiones muy puntuales, algo así como lo que pasa hoy en día con el consumo de vinos espumosos.

Y esto va para las cabezas pensantes del vino, hechiceros de tercera venidos a ser gurús reparte puntos,  #winefakers: la virtud siempre ha estado en el medio, en tener capacidad de movimiento hacia gamas medio altas y medio bajas, si creéis que ensanchando la base de la pirámide a costa de la desaparición de la parte de en medio, os vais a meter un ostiazo del que nadie va a salir vivo, ya no los consumidores, porque hay otros mercados, otros nichos en los que caben, el problema es que os vais a cargar el propio sector del vino, os estáis disparando al pie, ¿o es que creéis que cuando solo queden tres que puedan comprar vino, os lo van a comprar a vosotros?    

17/03/2024

Generando valor añadido.

 

Os tengo que confesar una cosa: esta es la quinta versión que hago de esta entrada. La anterior ocupaba seis páginas escritas, eran casi 14 minutos de lectura. Bueno, pues me dejó dormido, tal cual. Terminé de editar el audio para el no-podcast, me lo puse para comprobar que tal había quedado y no llegué ni a la mitad, me quedé frito.

Cuando veo que una entrada se me queda algo larga, suelo dividirla en varias partes, pero con esta iba a hacer una excepción y dejarla entera. Está claro que no fue la mejor decisión. Si alguien tiene problemas para conciliar el sueño, dejaré la entrada original aquí. No busquéis el audio porque lo he destruido, jamás volverá a ver el Sol.

Al lio.

Llevo leyendo mucho tiempo una expresión, “generar valor propio”, como un eufemismo para decir que algo tiene que ser más caro. En el caso del vino español, esto se está utilizando para decir que cualquier vino que quiera salir al mercado internacional y que quiera competir con los vinos de alta gama, tienen que situarse en una escala de precios que evidencie que realmente ese vino no solo es de una calidad exclusiva, sino que además hay que pagarla. Hasta cierto punto comprendo que el lujo y la exclusividad es así, pero hay otras cosas que ya no me quedan claras.

Por un lado, no sé si todos los vinos son capaces de “generar suficiente valor propio” como para que puedan competir en este mercado de lujo. Hay vinos que han pasado de costar 50€ a casi 300€, y entiendo que tiene que ser así por exigencias del guión, pero lo que me queda menos claro es que haya vinos que costaban menos de 20€ y que rápidamente se han puesto en 50€, no sé si con la intención de llegar a ocupar el espacio que han dejado los primeros o si con la intención de escalar rápidamente a precios superiores. Pero lo que más me asombra es que estos precios se están asumiendo, no solo con normalidad, sino que además hay unas expectativas desaforadas hacerse con ellos, en ocasiones con el fin de especular, que a mí ni me va ni me viene, pero me da que esto va a terminar en una burbuja, y si las cosas están ya complicadas en el sector del vino, esto puede terminar de reventarlo.

Por otro lado, tampoco comprendo por qué hay que andarse por las ramas y usar, como decía, eufemismos. He llegado a entender que “generar valor propio” es crear una serie de características, espacios, historias y otros elementos que permiten diferenciar un vino de otro, pero esto no deja de ser un marco teórico bien intencionado para evitar decir que el vino tiene que ser más caro. Si ya lo sabemos, si desde un punto de vista comercial es evidente. Pero si lo que se pretende es no asustar al consumidor, al final se va a conseguir lo contrario. Precisamente lo que el vino necesita es transmitir honestidad, no necesitamos palabras bonitas ni circos de tres pistas para justificar lo que cuesta una botella de vino, si precisamente necesitamos es que nos enseñen las costuras del vino, que veamos porqué un vino tiene que costar lo que cuesta y luego decidamos comprarlo o no, pero mucho me temo que esto no está en la mente de los que tienen que transmitirlo, es mucho más cómodo y barato edulcorarnos el escenario.

 

 


21/02/2024

Trasteando con Audacity.

 

Entre tuit y tuit, ando trasteando un poco con Audacity, un sencillo editor de audio, con el fin de hacerme un poco a él, ya que los trabajos escolares de los niños de hoy en día, algunos lo llaman proyectos, incluyen crear podcast para luego emitirlos en el cole en una especie de radio escolar.

Bueno, por eso y porque también me interesa manejarlo bien para el mini-proyecto de las audio entradas del blog, para que nos vamos a engañar.

La práctica ha consistido en realizar un segundo episodio del complemento sonoro del blog, no lo llamo podcast porque el nombre me viene grande, y siendo completamente sincero, no llego a la altura del sublime podcast de @BodegaAteneo sobre Vangelis (aquí os dejo el enlace) o el mismo podcast Vino entre amigos, que tanto Bodega Ateneo como yo colaboramos. Confieso que la entradilla que hago en ese episodio, se la he copiado a   @WineInspirers (¡gracias!).

Y poco más, aquí abajo os dejo los enlaces a Spotify y a Ivoox por si queréis escucharlo.

Muchas gracias de antebrazo.



09/01/2024

¿Tiene que ser más caro el vino? 1ª parte: Las mentes pensantes.


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Aunque la pregunta lleva dando vueltas por ahí un montón de años, desde la pandemia se ha ido haciendo más fuerte, perdura en el tiempo, ya no se limita sólo al tiempo en el que dura la vendimia, cuando bodegas y viticultores mal llegan a un mal acuerdo en el que quien vende su uva casi nunca está conforme con el precio al que se la pagado, y no es para menos. Habrá quien siempre salga ganando con el precio al que se lo pongan porque si alguien se va a quedar en la ruina ese siempre será el que se encuentre más abajo en la cadena de alimentación, ¿qué el bodeguero dice que solo me paga a 0,38€/kilo la uva?, pues alguno o alguna intentará pagar la mano de obra a precio de usura. Y lo mismo pasa con la naranja, con el melocotón, los tomates o el kilo de trigo, que de eso también habría que hablar (y mucho), la mierda de pan que comemos y que pagamos a precio de oro.

El problema ahora es que se ha juntado el hambre, las ganas de comer, mucho vino almacenado y pocas ganas de hacer nada.  Bueno, las pocas ganas de hacer nada no es ninguna novedad, seamos sinceros, las mentes pensantes del vino siguen esperando a que por arte de bir li bir loque la gente de este país se decida a volver a beber vino, a ser posible mucho y muy malo. Como ya he dicho otras veces, vino bueno en España se ha bebido siempre y siempre por los mismos, a saber: los que lo hacen, los que lo pagan, los que “se lo agencian” y a los que se lo regalan. Bienaventurados todos ellos y ellas.

Mientras estos sesos con patas siguen mirando al Este cada amanecer esperando a que llegue un Gandalf a vaciar sus bodegas, los consumidores por iniciativa propia o llevados por gente más realista, hemos decidido que no hay necesidad de beber porquerías porque si, y si hay que beber porquería, podemos decidir con cuál de ellas nos queremos envenenar.

El caso es que de tanto esperar a que llegue el mago blanco o que se obre el milagro de Moisés, ni se quiere ni se puede dar salida a todo el vino inmovilizado en bodegas y almacenes, muchos menos con la vendimia ya terminada. Si antes quedaba poco o nada de sitio en las bodegas para guardarla, una vez que comience el embotellado, mucho menos. A esto hay que añadir las subidas de precio, entre otras cosas, de los materiales y la energía (qué os voy a contar, ¿no?) y que los sueldos de los mortales… pues no han subido tanto. Quedaros con este último concepto, que lo retomaré en la segunda parte.

A pesar de ello, hay gente que busca soluciones, mejores, peores, pero al menos hay alguien que piensa como se puede solucionar, aunque estas soluciones se basan en destruir la viña y/o destruir el vino, tirarlo por la fregadera, vamos. Mejor o peor, es un primer paso, o al menos se supone que es un primer paso, y hasta cierto punto tiene sentido. Es un poco muerto el perro, se acabó la rabia y si se hiciese de una forma quirúrgica, bien pensada y enfocada a futuro, pues ni tan mal, sería traumático, pero al fin y al cabo permitiría hacer tabla rasa y empezar desde un punto, que no sería cero absoluto, pero sería un punto de partida. La idea no es original, en Francia, por ejemplo, apuntan al arranque de miles de hectáreas de viñedo (aquí un interesante artículo) subvencionado por el gobierno francés y con el permiso de Bruselas, dando como “excusa” el querer erradicar una enfermedad de la vid, pero es una excusa barata, también en Francia está bajando el consumo de vino de una forma sostenida desde 1961 y algo más acelerada desde hace 20 años y también les sobra vino. 

https://www.observatoriova.com/2023/07/evolucion-del-consumo-en-los-20-paises-con-mayor-ingesta-per-capita-de-vinos-del-mundo/#:~:text=Francia%20tiene%20el%20segundo%20mayor,vitivin%C3%ADcola%2C%20muestran%20una%20evoluci%C3%B3n%20similar.


En España se espera que también se den ayudas para arrancar viñedo, pero tanto aquí como en Francia, la pregunta sería ¿qué viñedo se quiere arrancar? En Francia dicen que ha de ser el viñedo que produce el vino de peor calidad, pero eso habría que verlo. Aquí, en España, la cosa no está tan clara, el runrún y la experiencia de los últimos años apuntan a que se arrancaría viñedo menos productivo para dejar viñedo más productivo, que traducido al castellano popular quiere decir que la idea es seguir haciendo vinos de mierda (sic) porque es lo que se compra aquí en el supermercado y a granel en el resto del mundo (Francia incluida). De todo tiene que haber en el mundo y en este país se ha decidido que hagamos vinos forrajeros. Enhorabuena, también, a todos los premiados.

Pero, por un momento, sólo por un solo momento imaginemos que entra la cordura en las casas de los que tienen que decidir cosas, en las consejerías y ministerios del ramo, y decidieran que lo que hay que arramplar es con la producción de vino de bajísima calidad (nótese que he dicho “de bajísima”), y que el viñedo que nos sobra es el que produce ese vino.

 Pues bien:

-       ¿Quién y cómo se tomaría esa decisión?

-       ¿Cuáles serían los criterios para arrancar esos viñedos?

-       ¿En cuántos años habría que realizarlo?

-       ¿Quiénes serían los más perjudicados?

Respondan primero a la última pregunta.


Sigamos suponiendo (ya puestos) que las cosas se van a hacer con cabeza y que se establecen unos criterios más o menos ecuánimes, supongamos que se establece el arranque de determinadas hectáreas, que se dan una serie de ayudas que llegan en tiempo y forma para este arranque (si, ya sé que es demasiado imaginar); y se consigue que buena parte de ese vino de bajísima calidad se deja de hacer, las bodegas supervivientes pueden ver por fin la luz al final del túnel, vamos, que se empieza a realizar menos vino pero de más calidad, la siguiente pregunta sería ¿alguien ha pensado en el consumidor final de esos vinos, es decir, en nosotros?


25/02/2023

Sobre los concursos y premios del vino, 4ª parte ¿Para que sirve un concurso de vinos? (y II)

 

Echando un vistazo a los ganadores españoles de los distintos galardones de concursos de vinos, abruma la cantidad de vinos que se producen por decena o centenares de miles de botellas, es decir, bodegas industriales como Félix Solís, García-Carrión, Freixenet, Grupo Zamora (Ramón Bilbao), grandes cooperativas, etc. Los reconocimientos son en todas las categorías, desde la más alta a la más baja, da igual, ahí tienes un vino que no pasa a ser mediocre codeándose con grandes vinos. Tomando el ejemplo del vino de la entrada anterior, el Marqués de Carrión reserva, Decanter le puntúa con 92 puntos y le otorga una medalla de plata. Este mismo concurso da el mismo reconocimiento a un Termanthia 2014, pero mientras este último se vende por unos 250 €, el Don Simón embotellado cuesta ¡20 veces menos!, unos 12€, ¿realmente alguien se puede creer que ambos vinos tienen la misma calidad? Sinceramente, no he probado ninguno de los dos, pero me resultaría muy difícil de creer que ese vino en concreto, el de 12€, sea comparable al otro que cuesta 250€. Y lo peor es que hay ejemplos parecidos en casi todos (por no decir que todos) los concursos, vinos mediocres con puntuaciones idénticas a vinos que tienen un reconocimiento muy superior, tanto por los expertos como por los iniciados, y esto tiene su miga.

 

Al final la sensación es que nos encontramos con dos vinos de características similares con el mismo galardón y/o puntuación pero con unas calidades y precios muy alejados, ¿cómo se come esto? No estamos comparando entre un vino tinto y uno blanco, o entre un vino joven o un crianza que pueden ser catados por distintos jurados, muy por el contrario, se supone que estos vinos han tenido que catarse en la misma sesión y ahora entramos en las suposiciones:

 

Supuesto nº 1:  los jueces que cataron el Termanthia ¿fueron los mismos que el Marqués de marras? Si la respuesta es si ¿realmente no encontraron ninguna diferencia entre ambos vinos, son tan parecidos cualitativamente? Si la respuesta es no ¿existe alguna escala para puntuar los vinos?, quiero decir, unos jurados determinan que el vino X tenga una puntuación determinada, al tiempo que en otra mesa otra serie de jurados deciden dar la misma puntuación a un vino Z, luego entiendo que tiene que existir un vino patrón o un elemento patrón que sirve para adjudicar las puntuaciones.

 

Supuesto nº 2: los vinos que participan en los concursos, ¿son los mismos que nos podemos encontrar en la calle? Todos los concursos establecen que así sea, pero ¿eso luego se comprueba? Hay concursos que dicen que si, que hacen una selección de los ganadores, los compran a ciertos distribuidores y comparan. Vais a perdonarme que sea un mal pensado, pero ¿por qué los organizadores no hacen una compra de incognito en tiendas y/o supermercados?, vamos, donde el consumidor realiza sus compras.

 

Esto me lleva a otra pregunta, cuando se hacen públicos estos premios, ¿a ningún jurado le extrañan estas puntuaciones o reconocimientos? Y me refiero concretamente a los jurados que luego trabajan como sumilleres, prescriptores, críticos… ¿tampoco se extrañan de estas cosas, nadie les ha preguntado cómo es posible que valoren vinos corrientes de la misma forma que vinos más serios?

 

En el mismo sentido, ¿qué pensarán los pequeños bodegueros cuando ven que sus vinos tienen el mismo premio (o incluso inferior) que los vinos industriales, aún cuando sus vinos cualitativamente son superiores? Por poner un ejemplo, Dominio del Bendito Las Sabias 2018, Decanter le concede una medalla de bronce y 86 puntos, ¿realmente es inferior a un Pata Negra o a un Mayor de Castilla?, ¿realmente es interesante “competir” en estos concursos?

 

Entiendo que sí a juzgar el número de participantes en los mismos, pero cuando coges una lista de premiados y compruebas el número de premios que se llevan las bodegas industriales, no puedo evitar pensar en si realmente podemos criticar a un paisano por comprar estos vinos mediocres si tienen el mismo reconocimiento que vinos más serios.

 

A lo largo de esta entrada me he centrado (quizás demasiado) en un vino y un concurso en concreto, puede ser, he preferido ilustrarla con un ejemplo por no marear mucho la lectura, pero con los enlaces que he ido dejando en estas cuatro entradas, si queréis podéis comprobar que hay muchos más casos. Lo curioso del caso es que al hablar de este tipo de concursos casi nadie me ha hablado demasiado bien de forma positiva, quiero decir, reconocen que hay mucho trabajo y muchos profesionales que sacan adelante este tipo de eventos, al tiempo que reconocen que los criterios a la hora de conceder reconocimientos están bastante cuestionados, premios exagerados, demasiados vinos “batalleros”, demasiada mediocridad; pero también se habla de que es una de las pocas posibilidades de dar relevancia al vino, de darlo a conocer tanto a los consumidores como a los profesionales, lo cual suena más a una excusa baratera que a un alivio.

Evidentemente hay que promocionar los vinos, hay que promocionar las bodegas, hay que mostrarlos al público, ¿pero ésta es la mejor solución posible?

 

 Yo creo que no.

19/02/2023

Sobre los concursos y premios del vino, 4ª parte: ¿Para qué sirve un concurso de vinos? (I/II)


Creo que en las dos últimas entradas he podido dar una visión relativamente objetiva de lo que es un concurso de vinos, o al menos esta es la idea que me he formado estos años.

En esta entrada y la siguiente, intentaré explicar lo que yo entiendo para qué sirve un concurso de vinos, a quién se dirige y si realmente el consumidor tiene en cuenta los premios y medallas para comprar un vino.


A grandes rasgos los concursos de vinos ya no buscan la excelencia entre los concursantes, si no que sirven como una:

- “[…] herramienta de marketing para aumentar las ventas y la visibilidad en un mercado altamente competitivo” (Mundus Vini).

-  “[…] Una herramienta de venta. Una medalla del CMB puede aumentar sus ventas y abrirle nuevos mercados de exportación” (Concurso Mundial de Bruselas).

- “[…] Participar en el International Wine Challenge […] tiene una serie de grandes beneficios, desde la evaluación comparativa hasta el reconocimiento de la marca y las innumerables oportunidades de relaciones públicas y marketing[…]” (IWC).

 

Vale, me podéis decir que me he quedado con la parte que me interesa o que pongo el foco donde yo quiero, pero lo cierto y verdad es que (al menos) los grandes concursos enfocan el (supuesto) prestigio de sus premios como algo que sirve para revalorizar la marca del vino premiado y por ende de la bodega, es decir, que la participación en el concurso no es tanto por una búsqueda de los mejores vinos y su reconocimiento, sino como un reclamo de venta.

La cosa tiene una lógica impepinable: cuantos más premios tienes, más visibilidad se genera, más hablan sobre ti, más veces apareces (o te hacen aparecer) en los medios de comunicación. Ahora bien, ¿a quién va dirigido este marketing?


¿A quién le interesa los resultados de los concursos de vinos?

En teoría tendría que ser al consumidor final del vino, que no es otro que…

-       ¿el que se bebe el vino?

-        ¿el mayorista, el distribuidor de los vinos, la tienda o supermercado que vende la botella?

Digo y mantengo desde hace mucho tiempo que la promoción del vino se está haciendo fatal, mal, horriblemente mal porque el sector no tiene ni puñetera idea de quién es el cliente final del vino, y este no es el que compra los palés de vino, ni el hostelero que deja las cajas en un almacén, no, repetid conmigo NO, el cliente final somos los que nos bebemos el vino, que también somos los peor atendidos y muchas veces los peor formados. Por supuesto que quien vende vino tiene que estar bien formado, por supuesto que el distribuidor tiene que saber qué es lo que vende y a quién se lo vende, claro que la hostelería debe saber cuáles son los gustos de sus parroquianos y, en la medida de sus posibilidades, saber ofrecerles nuevos productos; pero la gran mayoría de los que terminamos por comprar la botella para beberla en casa o en un restaurante/bar/garito/tasca, somos los que menos sabemos qué es lo que nos estamos bebiendo.

Personalmente no tengo ninguna formación específica sobre vino, quiero decir, no tengo unos cursos WSET o equivalentes, no tengo una formación profesional sobre vino o gastronomía. Me preocupo por leer, ver y escuchar algo más sobre la materia más allá de publicaciones específicas y lo que se puede encontrar en las redes, y para eso os aseguro que hay que quitar mucha paja para encontrar algo de grano.

Admito que tengo muchos fallos e ideas preconcebidas, y que muchas veces creo que entiendo de algo hasta que alguien (casi siempre de buena fe) me hace ver otro punto de vista, quiero decir, intento saber qué bebo, quién lo hace, dónde se hace y qué otros vinos similares me puedo encontrar y me estoy perdiendo. Sé que esto no es una formación per se, pero me sirve para que el brilli-brilli de una etiqueta dorada o que una pegatina con un número entre 1 y 100 no sea el motivo principal para agarrar una botella y llevármela a casa.  

Si para mí, que soy un ignorante, estos premios tienen una importancia más bien relativa, ¿qué importancia puede tener para alguien que tiene una formación o al menos una buena base de conocimientos?, ¿sirven los concursos como una especie de reclamo para todo aquel que no tenga ciertos conocimientos sobre vino?

No lo tengo claro. Quizás para alguien que esté empezando o para alguien que no quiere complicarse la vida pueda ser una ayuda a la hora de escoger una botella, y de hecho este debería ser uno de los objetivos de los concursos, pero al igual que las guías de vinos, al final todo se mueve por intereses, y el mejor vino de su categoría quizás tenga más que ver con un motivo económico que realmente con criterios de calidad.

Si el consumidor final del vino no es el objetivo de estos concursos, ¿quién lo puede ser?

Quizás para las bodegas, este tipo de concursos pueden ser una especie de escaparate, no para el consumidor final de la botella, si no que va a ser un mayorista o un distribuidor, y me explico.

Si tú quieres vender un vino en Alemania, en California o en el Estado Independiente de Escalerillas de Abajo, lo más fácil es que acudas a un distribuidor de la zona para que venda tus vinos. Como se puede suponer, en cada país hay multitud de distribuidores y cada uno de ellos con sus características, sus servicios y sus precios. Lógicamente a todos nos gustaría que nos llevase la representación un distribuidor que coloca tus vinos en los mejores sitios, que todos los años nos haga pedidos de un montón de cajas/palés y todo esto al menor precio posible, y esto no se consigue llamando a la distribuidora y decirle que queremos que nos lleve la representación, muy por el contrario, a esta distribuidora hay que conquistarla y hay que hacerle ver que nuestros vinos son la caña de España y que merece la pena que nos lleven la distribución en su zona.

Dicen (se dicen tantas cosas…) que tener muchos premios de prestigiosos concursos es una carta de presentación bastante recomendable. Sin menoscabo al Concurso de Tintorros de Robledillo del Secarral, estas distribuidoras (dicen) se fijan en los concursos internacionales, los mismos que he estado describiendo en las últimas entradas, en parte por el “prestigio” que han adquirido estos y a la hora de que una distribuidora pueda hacer clientes, el propio concurso ha generado una publicidad casi gratuita. No es lo mismo llevar cuatro vinos de una buena bodega de Quintanilla del Corzo que poder decir que llevas X medallas de oro de tal o cual concurso.

Por ejemplo, vino tinto  reserva de la DOCa Rioja que su añada 2017 ha sido premiado con una medalla de Oro en el IWC, de plata en el Concurso Mundial de Bruselas y también en el Concurso Decanter, puede sonar a las mil maravillas, si encima te digo que se está vendiendo a menos de 12€/ botella PVP te puede explotar la cabeza, pero ¿y si te digo que es un Marqués de Carrión, vamos, un Don Simón embotellado? Ahí, como poco, ya empiezas a dudar.

 

No tengo conocimientos de los vinos más allá de nuestras fronteras, lo que me arriesgaría a sacar conclusiones demasiado generalistas, y que quizás en otros países de nuestro alrededor (Francia, Portugal, Italia…) estas conclusiones no sirvan, así que lo que aquí opino son impresiones de vinos españoles para el mercado español y a nivel “usuario”. Como en otras ocasiones, si opináis cosas distintas o creéis que me estoy equivocando (siempre y cuando seáis educados), por favor, dejad un comentario.