Se
corre la voz en el hipermercado. En la sección de charcutería están dando
muestras de jamón 5J a todo quisque que se acerque por allí. Como era de
esperar, alrededor del cortador surgen manos a la espera de un trozo de jamón,
pequeño, minúsculo. En el mejor de los casos, la loncha no supera los dos
centímetros de alto por otros dos de ancho. Más que loncha, parece una viruta.
A
pesar de ello, la gente se agolpa, se aprietan entre ellos, de modo y forma que
el que ya ha recibido su trozo de manjar le cuesta la propia vida poder salir
de allí ileso y alguno seguro que termina por el suelo. Hay quién se pone
nervioso y empieza a resoplar, en parte por los que están detrás empujando, en
parte porque el tamaño del jamón mengua alarmantemente y cabe la posibilidad de
que no llegue a catarlo.
¿Realmente
merece la pena pasar por ese trago por un trozo de carne seca?
Sí, lo
más normal es que no comas jamón ibérico 100% muchas veces en tu vida, pero es
que no te están dando un jamón, ni medio, ni siquiera un sobre de 20 gramos,
que no. Te están dando un recorte de una lámina.
Hay
gente para todo. Hay quien no puede resistirse al mágico embrujo de la palabra
“GRATIS”, hay quien cree que ese cacho carne bien valen tres empujones, hay
quien se siente poderoso o influyente al hacerse una foto poniendo morritos
junto a su ridícula loncha de jamón y que luego cuelga en una red social con un
texto tipo “in love con el jamón 100% bellota, babys”.
Pero
todo esto es una mentirijilla, un pequeño cuento. En realidad no había ni
cortador de jamón ni pata de gorrino, pero ¿a que te ha resultado creíble, a
que has sido capaz de recrearlo en tu mente e incluso has asentido con la
cabeza?
Pues
bien, mira ahora esta fotografía. Se trata de un evento llamado La música
del ví, organizado por Vila Viniteca, uno de los mayores distribuidores de
vino de España.
Mírala
atentamente, acuérdate de la historia que te acabo de contar. El cortador, el
jamón, la gente empujándose por una muestra gratis…
Fotografía: VilaViniteca, extraída desde su perfil de Twitter @vilaviniteca. |
20
copas de vino alrededor de una botella de 0,75 l., un champán, Salon Blanc de
Blancs 2007.
Si
hubiera que repartir sólo esa botella entre la veintena de copas, suponiendo
que no se pierde ni una sola gota, y no queda una sola gota en la botella; cada
copa debería contener 37,5 ml., la cuarta parte de una copa normalita.
20
copas para un vino que cuesta a razón de 450€/botella, unos 23€ el traguito.
¿Realmente
merece la pena tantos apretujones por un sorbo de vino?
Sí, no
es usual que se abra una botella de 450€ y te den a probar por la cara.
Sí, no
es un vino que se pueda beber uno todos los días.
Sí, es
probable que se abriera alguna botella más y alguno se quedara con la botella
vacía o el tapón para luego ir “presumiendo” en Instagram.
Pero
esta fotografía, aparte de dar vergüenza ajena, creo que es un claro reflejo de
cómo se trata al vino en España: puro postureo.
Hay
quien da peroratas sobre el bajo consumo de vino en España, hay quien se
escandaliza por el alto consumo de cerveza, hay quien invoca a nuestra
ancestral dieta mediterránea y filosofa acerca de la condición de alimento que
debería tener el vino, e incluso algunos le quieren otorgar cualidades terapéuticas.
Hay quien se esfuerza en demostrar que una botella de vino es el espejo
idealizado de una sociedad con una historia, también idealizada, de una
localidad, de una comarca o de una región. Hay quien construye poemas liricos
(alguno dignos de la mismísima Safo) inspirados en el líquido elemento. Hay
quien escruta colores, aromas y sabores en una copa, que sólo habitan en la
mente de algunos cráneos privilegiados. Hay quien se empeña, quien machaca,
quien impone desde una cátedra invisible lo que es vino, lo que no lo es, quién
puede (y es digno de) beber vino y quién no.
Entre
tanto charlatán de feria, entre tanto bodeguero endiosado, de entre tanto sumo
sacerdote que pontifica desde un periódico, desde una guía de vinos o de una
red social; cada vez es más difícil encontrar voces discordantes, que den el
valor que merece el vino, y que si hay que decir la verdad y decir “ese vino no
hay Dios quien se lo beba y se llama X” lo diga.
Yo no
soy ninguna de esas voces. Ni antes, ni ahora. Me gusta el vino, aunque
reconozco que cada vez menos y cada vez cuesta más encontrar vino decente a un
precio decente. No sé si llegaré a alguna parte o si permaneceré por aquí mucho
tiempo. Tal y como pasó antes, iremos paso a paso.
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