Si hay un tema polémico
entre los consumidores de vino, y se podría decir que también entre los que
hacen vino, este es el de los concursos de vinos y las guías que los gurús y críticos
del vino suelen presentar todos los años, repartiendo puntos como si fuesen los
niños de San Idelfonso en Navidad.
De los concursos de vinos
he hablado no hace mucho en el blog, esencialmente no voy a hablar de algo muy
distinto, peor también tiene su enjundia. Veréis.
Todo empezó en 1975, en
Estados Unidos. Allí, un abogado de Baltimore amante de los vinos franceses y
californianos, crea un boletín en el que publica las críticas de los vinos que
bebe. Lo hace a su estilo, no se limita a poner cinco o seis adjetivos, el
precio del vino y el nombre de una tienda donde comprarlo, Bob hilvana los
adjetivos y les da un poco de vida. Al final de la crítica sigue poniendo su
precio, la tienda donde comprarlo y un número al lado, 89, 93, 96… ¿de qué va
ese número? Pues es una nota. Nunca antes nadie le había puesto una nota a un
vino, como mucho se les había puesto otro adjetivo: excelente, bueno, feo o
malo. Bueno, quizá feo no. Pero a lo que iba, el bueno de Bob pensó que
poniendo una nota a cada vino que probaba, sería más facil comparar dos vinos
que a lo mejor solo tenían en común su color, y de alguna forma, eso también
ayudaba a ahorrar un poco de dinero, ¿para qué gastar, por ejemplo, 100€ en un
vino francés que tiene 88 puntos, si este vino de Napa cuesta la mitad y encima
tiene 92 puntos?
Dado el éxito que tuvo, en
1978 el boletín pasó a ser una revista, The Baltimore-Whasington Wine Advocate
aunque poco tiempo después paso a llamarse The Wine Advocate. (Si, lo habéis
adivinado, Bob es Robert Parker). Poco más adelante, en 1982 el sr. Parker
calificó la cosecha de ese año de Burdeos como “Soberbia” y animó a sus
lectores a comprar masivamente esos vinos, pues con el tiempo, no solo
mejorarían, si no que se revalorizarían, en contra de lo que opinaban el resto
de críticos el mundo.
La historia dice que el
sr. Parker acertó de lleno, de hecho, poco tiempo después dejó su trabajo como
abogado y se pudo dedicar de lleno a su publicación, hasta que en 2019 la
vendió a la guía Michelín.
A estas alturas quien más
y quien menos ya sabe la repercusión que ha tenido la guía de Parker y sus
opiniones sobre vino, nos pueden gustar más, menos, o casi nada, aunque hay que
reconocer que la idea es buena, alguien con criterio te pasa decenas de
referencias sobre vinos, utilizando un lenguaje, digamos que accesible, y con
un simple vistazo a la nota que ha obtenido te puedes hacer una idea de la
calidad que puede tener, a poco bien que esté estructurada la guía puedes hacer
comparaciones entre vinos con muchísima rapidez. Además, este modelo de guía se
puede replicar facilmente, se puede hacer con todos los vinos de todas partes
del mundo, todo parecen ser ventajas, pero, sin embargo, últimamente las guías,
no sólo The Wine Advocate, están siendo cuestionadas.
Razones hay muchas, la
primera y más simple quizás sea el abuso de lo que precisamente era lo que le
hacía diferente a otras críticas, es decir, los puntos. Casi todas las guías,
casi todas las listas de vinos dan puntos, es bastante fácil ver una botella
que tiene nosecuantos puntos Parker, otrostantos Suckling, uno menos que le da
Peñín y que coincide con la nota que le da Decanter. Y esta es otra razón,
mucho crítico, mucha guía, pero luego las puntuaciones son muy similares, es
raro ver que haya una diferencia de mas-menos cuatro o cinco puntos entre las
distintas guías o gurús, lo más común es ver diferencias de mas-menos uno o dos
puntos.
Esto puede deberse a que los métodos de cata usados
por las guías son muy similares, extremadamente estandarizados y homogeneizados,
de modo que un vino que tenga un patrón de aromas, color y sabor determinados,
irremediablemente va a tener una puntuación muy concreta.
Quizás esto os pueda sonar
algo raro, pero a poco que se introduzca la Inteligencia Artificial en los
sistemas de cata, si es que no lo está ya, es relativamente fácil crear un
algoritmo que busque ciertas palabras clave en notas de cata y opiniones de un
vino, a cada palabra clave le va a dar un valor, y según como este armado este
algoritmo, la IA va a generar una nota automáticamente, y ya os digo que para
esto no hay que correr mucho, lo vamos a ver en no menos de 5 años.
También resulta muy
aburrido ver que los mismos vinos, año tras año, tienen las mismas
puntuaciones, casi no hay variaciones, ¿realmente ninguno de los grandes vinos nunca
jamás ha tenido un mal año, todas las añadas tienen que ser de 96 puntos
p’arriba?, ¿ninguna bodega pequeña que se tira años y años haciendo buenos
vinos va a subir de los 94 puntos? Bueno, si que es verdad que alguna bodega
hay que ha pasado de 92/93 puntos a tener 95/96, pero en casi todas las
ocasiones, esto ha sido al mismo tiempo que ese vino ha subido de precio, y no
poco precisamente, ¿tiene algo que ver el precio con la puntuación de los
vinos? En cierto modo yo lo veo así. Los vinos que más alta puntuación tienen,
entre los 95 y 100 puntos, raramente estarán por debajo de los 30€, y
normalmente, cuanta más puntos tienen, más euros cuestan, aunque no
necesariamente el vinos con más puntos es el vino más caro. Admito que puede haber excepciones, pero a lo
que voy es que el precio es una parte muy importante de la identidad del lujo,
de lo exclusivo, sería muy extraño ver un vino de… pongamos ¿25 euros? con 98
puntos Parker, Peñín, Atkin o Jancis… Esto me lleva a otro melón que antes he
medio rozado.
Casi todas las catas para
las guías son a botella vista, asumo que la gente que realiza las catas son
profesionales, no dudo que hagan esfuerzos para que esto no les influya, pero
al fin y al cabo somos seres humanos y ahí está nuestro subconsciente. Creo que
la forma más objetiva es la cata a ciegas pura y dura, con la copa oscura. Por
supuesto que hay profesionales que son muy capaces de identificar vinos y
bodegas míticas, pero lo que casi más me interesa es justo lo contrario, que
los vinos que se caten puedan estar libres de nombres y etiquetas, estoy seguro
que algunos grandes vinos obtendrían menos puntos de los que realmente tienen
ahora, pero estoy más convencido de que vinos más “anónimos” obtendrían
puntuaciones más justas y más altas.
Tampoco ayuda mucho cierto
oscurantismo que hay en la elección de los vinos que aparecen en algunas guías.
Cierto es que es inabarcable el poder catar los miles de vinos que se producen
ya no en España, sino en todo el mundo, y por lo tanto resulta comprensible que
se tengan que hacer selecciones previas, el problema es cómo se realizan esas
selecciones. Como dije antes, y repito, no pongo en duda que haya profesionales
encargados de hacer esta tarea y que la hagan con la mayor sinceridad del
mundo, es completamente lógico y comprensible que además exista cierto
anonimato a la hora de realizar la selección, con el fin de evitar presiones
innecesarias a la hora de elegir los vinos, pero creo que, al menos, las guías
o los catadores deberían divulgar más y mejor cuáles son los criterios de
selección de los vinos, de esta forma también disminuiría esa sensación de que
las guías tienen sus puntos dispuestos a quien lo quiera pagar, porque, de
verdad, en ocasiones ver ciertos vinos con un nivel entre 87 y 90 puntos y cuyo
mejor uso sea para kalimocho o mezclado con gaseosa, no hace más que alimentar
este ¿mito? Puestos a pedir, tampoco estaría mal que las guías explicaran mucho
más cómo funcionan sus escalas de puntos, porque a lo mejor estamos pensando
que 87-90 puntos es un vino que tiene una calidad más que aceptable, cuando
realmente lo que quiere decir esos puntos es que ese vino solo sirve para hacer
tinto de verano…
Entiendo que tienen que
existir las guías, que como idea es una idea genial, pero lo que no tengo tan
claro es a quién van dirigidas, les ha pasado como con los concursos de vinos y
sus medallas, nacieron con la idea de acercar las bodegas a los consumidores
pero al final se han transformado en una herramienta, una carta de presentación
de las bodegas a un cliente que se parece más a un mayorista o a un importador
que al consumidor final del vino, al que han dejado de lado. Las guías ahora
son un activo económico más que pude ser comprado y vendido como ya ha pasado
con The Wine Advocate o Jancis Robinson, o en otros casos pueden hacer las
veces de una agencia de comunicación o casi un mayorista como le está haciendo Peñín.
Creer hoy en día en las
guías y en las puntuaciones, se ha convertido en un acto de fe. Como
consumidor, tiendo a desconfiar cada vez más de la pegatina con un número pegada
a la botella de vino, realmente ¿qué significa ese 92?, ¿por qué me debería
ofrecer más confianza lo que pone esa guía, que las opiniones que me puedo
encontrar en redes sociales, de gente que a lo mejor no conozco de nada, pero que
se expresan con más coherencia y credibilidad de lo que un gurú o un experto
puedan poner en su guía?
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