04/01/2015

Descubriendo vinos desde el sillón.


Tiempo, tiempo, tiempo…

Es increíblemente difícil hacer descubrimientos en una casa en la que apenas hay tiempo para sentarse, de hecho, estar delante del ordenador escribiendo esta entrada es un lujo; así que muy a mi pesar,  me tengo que colocar posiciones de retaguardia y esperar a que otros realicen descubrimientos por mí.

No tiene la misma emoción ni el mismo trabajo, desde luego, tampoco es que haya hecho muchos descubrimientos, pero reconozco que echo de menos el poder ir a las enotecas, hablar con los dueños, realizar catas, de ir a bodegas (¡anda que no nos queda para ir a la próxima), viajar, probar, probar, probar…

Leer revistas, artículos en la prensa y en blogs especializados no tiene el mismo gusanillo, aunque hay veces que las palabras transmiten poderosas sensaciones sin necesidad de probar ni gota del líquido elemento, y de hecho, es una de las razones por las que existe este blog.

Hace ya unos meses, esta entrada de Mileurismo Gourmet despertó en mí el interés de unos vinos, digamos, poco comunes a los que suelo tomar, y la verdad es que me han gustado mucho. Sé de sobra que no son los únicos que hacen vino “a mano”, quiero decir que son de esos vinos en los que cuenta mucho más la pasión por hacerlo que los medios empleados, en los que la suma de la inspiración y del método empírico sustituyen a la alta tecnología o a un equipo de concienzudos enólogos de impoluta bata blanca.
Rubor Viticultores, que es como se hace llamar este proyecto, dispone de tres vinos, un tinto y dos blancos.

Punto G es una garnacha acojonante, en nariz es un baño de frutas rojas muy bien acompasado con el olor del campo. Cuando le metí nariz por primera vez, me saltó un recuerdo de una tarde de otoño junto con mi padre y hermanos buscando níscalos por los pinares, ese olor sutil a tomillo y  romero. Sabroso, muy vivo en boca, tengo la sensación de comer guindas, granada, carnoso, trazas minerales y de regaliz  de palo (palodú, palolú…). Lo disfrute enormemente con unos huevos fritos, patatas, chorizo y morcilla, una gozada, que eso si, tiene sus consecuencias…



 Chass es un vino extraño como extraña es la uva con la que está hecha: doré. Acostumbrado a enfriar los vinos blancos, cometí el error de consumirlo como tal, y me decepcionó. Pero al dejarle que cogiera temperatura, al abrirse, descubrí un estupendo vino achispado, cremoso, me recuerda a frutas blancas, como manzana, pera, acedía…, me recuerda a esos vinos blancos que se realizan a partir de uvas tintas.




Finalmente, tenemos La Peguera, hecho con la variedad albillo, una uva que tradicionalmente se utiliza en Cigales mezclada con tempranillo para hacer claretes. Algo más complejo que Chass, es un vino que necesariamente necesita oxigenarse bien, no vale con que abras la botella y lo viertas en la copa, te arriesgas a perderte un  buen vino.  Tiene una punta de dulce que me descuadró al principio, pero que acompañan muy bien al foie y a uno de mis pinchos favoritos: taco de bonito, pimiento rojo y pepinillo, redondea ese escabeche y aumenta el sabor del atún.



En definitiva, es una bodega que merece la pena seguir por sus vinos y por Orlando, el alma mater de este proyecto, que seguro tendrá continuidad en casa.

2 comentarios:

  1. La Peguera....vino complejo, con carácter, hay que dejar que se oxigene. Te recuerda un poco al cava, otro poco al whisky, y otro poco a fruta fresca. Indescriptible. Ünico. Para repetir.

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  2. Y tanto, creo que repetiré, espero que tengan continuidad estos años y poder probar nuevas añadas.

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