(Música recomendada para la lectura de esta entrada)
Veréis. Hará como unos 10 años, se
empezó a hablar de crianzas de vinos en depósitos de hormigón en forma de
huevo. Criar vinos en hormigón y cemento no era ni es nada nuevo, pero sí la
forma del depósito. Lo que empezó siendo una noticia esporádica, de bodegas
pequeñitas, embotellados de menos de 1.000 botellas, vinos casi experimentales,
empezó a generalizarse, las bodegas se volvieron locas, mostraban en revistas y
sus webs esos depósitos ovoides. Posteriormente salieron con formas
troncocónicas, luego enormes depósitos en forma de cubos. La cosa que partió de
tres o cuatro, pasó a ser una cosa relativamente común, si algún bodeguero
afirmaba que hacía sus fermentaciones en huevo de hormigón, al momento salía un
coro que decía “y yo, y yo, y yo”.
A día de hoy ya nadie presume de hacer
este tipo de crianzas, ojo, eso no quiere decir que no se realicen, si no que
ya está tan extendida que realmente no es un hecho diferenciador.
Hace unas semanas leí un artículo (este) en el
perfil de tuiter @spanish_wl acerca de un premio que le habían concedido
al enólogo de la bodegas Verum. Antes de seguir, y una vez más,
quisiera mostrar mi total respeto al enólogo de la bodega (Elías López
Montero), tanto mi comentario en tuiter (este) como las posibles referencias en esta
entrada, no pretenden menoscabar o minusvalorar su trabajo, más bien al
contrario, mi crítica está más enfocada a cómo se ha contado un relato.
El artículo ensalza la labor del enólogo
al querer utilizar las castas tradicionales de la zona en la que se encuentra
la bodega (otro día tenemos que hablar sobre eso de castas tradicionales), el
valor de las enseñanzas de sus antepasados, el valor de la tierra en la que
crecen las viñas (terroir, lo llaman), el uso de antiquísimas tinajas de barro
que a día de hoy ya no se hacen (y es verdad), envuelto todo en un relato épico
en el que se muestra el respeto a la naturaleza, que aumenta el valor de vino
que sale de esa bodega. O eso dicen.
La combinación del concepto terroir,
respeto a las tradiciones, el ecologismo, la investigación y un adecuado uso de
las redes sociales, son el “huevo de hormigón” de hoy en día, e insisto, ni me
parece mal, ni estoy diciendo que las bodegas hagan mal en hacer este tipo de
vinos, el “problema” es que el concepto comienza a estar manido, lo que antes
era un detalle diferenciador, ahora está siendo el factor común.
El caso es que cuando alguien toma una
iniciativa, alguien le sigue, toman relevancia, en poco tiempo todo el mundo
cambia lo que estaba haciendo para seguir esa moda, y eso es lo que critico.
Parece que si sale una moda a la hora de hacer vinos, casi todos corren a hacer
lo mismo. Si Mengano dice que hace crianzas en ánforas de barro grecochipriota,
al año resulta que todos tienen ánforas de barro de cuando Aníbal cruzó los
Alpes. Si uno de los grandes gurús ensalza los vinos hechos con uva bobal en
Alicante, empiezan a salir majuelos centenarios de bobal en Zamora (y eso lo he
oído yo). Ahora resulta que las grandes bodegas de DO Ribera del Duero tienen
cepas de albillo por castigo divino y en DOCa Rioja hacen los mejores vinos
blancos de España. Y nosotros sin saberlo.
El nuevo “huevo de hormigón” parece que
serán los vinos que han padecido una
crianza submarina en ánfora o en botella, vinos que no saben a mar pero que
tienen notas saladas y yodadas (dicho en este artículo).
Siempre puede venir algún listo y decir
que esas crianzas sólo las podrían hacer bodegas próximas a la mar o al océano.
¡Ay, almas cándidas!
¿Qué no?
Anda, mira aquí.
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