Que el consumo de vino entre la generación millenial es inferior a la
de sus padres, la generación baby boom (boomers), no es en sí novedad. Tampoco
lo son las razones de este bajo consumo, si bien en este blog pensamos que ni
se han descrito suficientemente bien todas ellas, ni casi nadie ha hecho por
comprenderlas, mucho menos pensar cómo revertir la situación, dentro de un
consumo moderado.
Sobrelías apunta muy bien alguna de ellas, se puede estar más o menos
de acuerdo con todas, pero hay una que es singularmente llamativa:
“[…] La publicidad barata, chabacana, como es la
de los ‘influencers’ de Instagram, lo único que hace es ningunear el vino de
una bodega.”
Como se dice en el artículo,
las bodegas se equivocan al perseguir perfiles de Instagram con muchas visualizaciones,
para posteriormente llegar a un acuerdo para promocionar sus productos en estos
perfiles mediáticos.
Es indudable que una foto de
LeBron James, Cristiano Ronaldo o Messi sentados en una mesa con una botella de
Vega Sicilia Único es una publicidad impagable, como marca y como estatus: Vega
Sicilia, el vino de las estrellas.
Pero esta foto es poco
repetible en la realidad y tampoco es que Vega Sicilia tenga una necesidad
extrema de utilizar las RRSS para publicitarse de esta forma, puede que las
tres fotografías hayan sido una casualidad, no están tomadas ni siquiera en el
mismo año, pero aunque así fuera, ¿cuántas personas pueden comprar Vega Sicilia
Único regularmente?, ¿es el público millenial el perfil de cliente que busca la bodega?
Pero en el caso de los influencers y de bodegas con menos (que
no peor) caché que Vega Sicilia, es distinto. El artículo de Sobrelías
enlaza a otro recogido en Wine-Searcher, escrito por James Lawrence: “La Incurable
plaga de los influencers del vino”, que es imprescindible leer. Aborda magistralmente
cómo muchos perfiles que promocionan el vino, lo hacen de una forma superficial
y pomposa, buscando alimentar sus egos y sus cuentas corrientes más que
promocionar el vino. Fotografías bonitas en sitios bonitos, evocando
sensaciones bastante hipócritas.
Lawrence afirma que el trabajo
de críticos y autoridades, hacen más por el consumo de vino y el desarrollo económico
sostenible de regiones vitivinícolas, que toda una legión de influencers, y que gente como Tim Atkins
o Jancis Robinson son los verdaderos influencers,
no cualquiera con un móvil en la mano.
Si bien el artículo es
impecable hay algo con lo que no estamos de acuerdo.
Es cierto que críticos como
Parker, Atkins, Robinson, Peñín…, en cierto modo pueden modular la venta de vino a través de
la publicación de sus guías de vinos. Es imposible escapar a la expresión de
vinos parkerizados, aquellos vinos
que se “hacen” con características que se supone que son del gusto de Robert
Parker, con el fin de conseguir la mayor puntuación posible en su publicación.
Es innegable que hay bodegas que hacen todo lo posible para que sus vinos
aparezcan en el mayor número de guías y recomendaciones con las mayores
puntuaciones posibles.
Es más innegable todavía, que
vinos que un año (y algunos de aquellas formas) consiguieron más de 90 puntos en
algunas de estas guías, al año siguiente doblaron o triplicaron su precio. Para
algunas bodegas fue más que suficiente para hacer caja, mientras que otras
trabajan afanosamente para hacer un buen vino y mantenerse en lo más alto todo
el tiempo que puedan.
Son estos gurús –que no influencers- quienes más se han dedicado
a dictar cómo se ha de beber el vino, a qué temperatura, en qué copa, a qué
precio hay que vender el vino, cómo se ha de vender, en ocasiones en
complicidad más o menos manifiesta de otras guías gastronómicas, como la
encarnada Michelín.
Si bien sabemos que una foto en
un stories, o un vídeo en un perfil de Instagram,ni los mejores influencers van a ser capaces de alentar
una la compra significativa de vino, ¿por qué no vamos a la raíz del problema?,
¿por qué no cuestionamos a todos los actores de la situación actual del vino,
empezando por esos vetustos críticos que ni entienden ni quieren entender que
lo que funcionaba antes ya no funciona ahora, y que si han sido grandes, ha
sido por cuestionar el modelo dominante anterior?
La realidad es que el consumo
de vino baja y va a bajar más aún. Esto no es una cuestión de con quién vendo
mi vino y qué etiqueta pongo en la botella. La cuestión es que muchas bodegas,
especialistas, gurús, pseudoinfluencers
no se hacen las preguntas correctas, entre otras:
¿A quién le quiero vender mi
vino?
¿Se lo puede permitir?
¿Cuántas veces se lo pueden
permitir a lo largo del año?
Es verdad, al vino le sobra
Instagram, Twitter y Tik Tok.
Y el olor a cerrado de los
antiguos templos de los gurús, también.
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