Este año no me puedo quejar, este año ha habido vino como para parar un tren de mercancías, aunque a día de hoy solo me queda una botella. Por un lado pienso en reservarla para algún día, para alguna comida en concreto, si bien tiene que ser antes de que llegue el calor, la cava empieza a desfallecer a partir de los 30º ambientales.
Por otro, y conociéndome, no es descartable que bien yo, bien Paula agarremos la botella sin mediar palabra y acabemos con su solitaria existencia. Eso sí, ya estamos pensando en reabastecerla, lo más seguro que sin tanta alegría como hemos hecho para las fiestas, serán pocas, pero os aseguro que serán buenas.
Como os decía, Navidades pasadas por el líquido elemento, y además de casi todos los colores: blanco, rosado, tinto, espumoso…, me ha faltado una botella de Jerez que tanto me está gustando ahora, tenía pensado comprarme un palo cortado, pero por un motivo u otro, lo he dejado para otras fechas.
Os decía también en la anterior entrada, que haría un experimento con la familia. Mi intención era hacer un par de catas encubiertas, quiero decir, sacar dos o tres vinos en las comidas de distintos “colores” y envejecimientos, de distintos precios y que me contaran si les gustaban o no y por qué. No quería una cata llamémosla “académica”, no me interesaba forzar la situación de si tenía un tono teja o un intenso color yodado, si olía a compota o a hinojo…, si salía en la conversación, perfecto; pero lo que más me interesaba era si les había gustado o no.
Veréis, a pesar de que Medina del Campo está en el puñetero centro de la Meseta Castellana, que a 100 kilómetros a la redonda hay hasta cuatro denominaciones de origen (Rueda, Ribera del Duero, Cigales, Toro), que alargándonos un poco más llegamos a vinos del Arribes, de Salamanca, de Zamora, de León, Arlanza, Valtiendas, Gredos; el consumo de vino es casi anecdótico, casi cosa de viejos. El consumo de cerveza es apabullante, tanto o más como en Sevilla, donde en menos de 50 años el consumo de cerveza ha desplazado vinos finos, manzanillas, amontillados, blancos de la costa onubense a un consumo que para muchos suena a rancio.
Es curioso como en ambos casos, en caso de que los jóvenes consuman vino, suele ser mezclado con refrescos (kalimocho y rebujito) o como mezcla con otras frutas (limonadas y sangrías); casi siempre en fechas determinadas (semana santa, feria, fiestas patronales). Posteriormente, este consumo va desapareciendo, el vino (malo, horrible, imbebible) usado para realizar estos mejunjes, es casi en un 99% desplazado por la mencionada cerveza y bebidas alcohólicas, pero casi nunca suelen “pasarse” al consumo de un vino mejor. Alguno me diréis que habiendo bebido esos vinos tan infumables, cómo se puede uno atreverse a probar vino. Si queréis os recuerdo esas borracheras (horrorosas) a base de White Horse, VAT 69, Dollar Fever y otras bebidas patrias; y ahora aderezáis ensaladas con ginebras Premium y os deleitáis con whiskeys single malt escoces de pura cepa (tengo fotos, no os molestéis en negarlo).
Al tema. El caso es que mis dos familias el vino lo prueban de higos a brevas, con lo cual, cualquier opinión viene sin ningún fundamento previo o posible comparación con otros vinos, aunque el peso del manido R&R (Rioja y Ribera) se deja sentir.
Estos son los vinos que hemos tomado (o casi) con mi familia estas navidades:
Nochebuena y Navidad en Medina del Campo.
Quizás sea una anécdota, pero saqué una botella de Verdejo y un Ribera del Duero, quiero pensar que fue una broma de mi inconsciente el barrer para casa, al menos en el caso del tinto, ya que tenía ganas de llevar un buen verdejo a casa de mis padres.
El barco del corneta 2.014 (VT Castilla y León).
Pasa por ser el mejor verdejo del momento, y por desgracia, está fuera de la DO Rueda (sigue sin arreglarse esa casa). Bastante fiel a la imagen de lo que debiera ser un verdejo auténtico, hinojos, flores blancas, tonos de vainilla de su crianza en barrica; color amarillo pálido, algún reflejo verde. En boca es fresco, ágil, me gusta ese sabor a fruta de hueso (melocotón), hierba, cremoso. A mi padre le gustó bastante, y teniendo en cuenta que no es especialmente de blancos, es que estaba bastante bueno.
En la siguiente entrada os contaré algo más de él y de su hermano Cucú.
Valderiz reserva 2.010 (DO Ribera del Duero).
Tenía unas ganas terribles de probar este vino. Todo el mundo habla de maravillas de él, pone de acuerdo tanto a los más prestigiosos gurús academicistas, como a simples y llanos bebedores de vino.
Saqué esta botella para la comida de Navidad porque nos juntamos todos, mis hermanos, mis cuñados y mis sobrinos (si, Mateo, tú también estuviste allí). Pero inesperadamente Paula, Sergio y yo tuvimos que salir pitando al hospital de Valladolid, al pequeñín se le agravó el trancazo que tenía y no tenía buena pinta como se estaba poniendo. Por suerte no fue a más pero el susto se queda para nosotros.
Salimos sin comer y volvimos para la hora de la merienda. Ese camino de vuelta estuve dándole vueltas sobre que vino me encontraría, si tendría más madera que fruta, si estaría en su punto, si esto o si lo otro. Cuando llegamos a casa no quedaba ni gota. Por no quedar no quedaba ni el corcho. Los términos cojonudo y de (con perdón) puta madre atestiguaban que no quedara ni gota.
Misión cumplida, no he podido disfrutar del vino, pero mi familia dio perfecta cuenta de el.
Nochevieja en Sevilla.
En la cena éramos más personas que en Medina, y además cenábamos en nuestra casa, lo que quiere decir que tenía la cava al alcance de mi mano. Esto es lo que cayó:
MIlle e una notte 2.008 (IGP Sicilia).
De nuestro fallido viaje a Sicilia, nos trajimos unas cuantas botellas de vino, entre ellas, este vino color granate, capa media y ribete teja. En nariz me pareció algo evolucionado, no mucho, costó mucho que saliera ese tufo, a pesar de que lo pase a un decantador. Aparecieron notas de fruta madura, compota, y maderón. En boca se noté que su momento de gloria había pasado. Algo evolucionado, y soso, apenas destacaban los sabores. En la segunda copa, había mejorado algo, había notas de fruta negra, madera (demasiada) y regaliz. No estaba mal, pero tiene pinta que hace un año estaba mejor.
Chass 2.014 (Sin IGP).
Este vino blanco ya me impresionó el año pasado. No cometí el mismo error de entonces, lo serví a una temperatura algo más fresca que un tinto, y resultó extraordinario con las gambas y el salmón ahumado. Flor blanca, melocotón y miel en nariz. En la boca sabroso, algo menos cremoso que el de la añada anterior. Sin duda un pedazo de vino.
Xérico 2.014 (DOCa Rioja)
Me vais a permitir que os cuente las maravillas de este vino en la próxima entrada, es uno de los vinos más de moda esta año. Y voto a bríos que no es solo fachada.
Quinta Quietud 2.011 (DO Toro)
Reconozco que este vino lo abrí por pura gula. Me lo regaló mi padre en Navidad y le tenía unas ganas increíbles. No decepcionó, en absoluto, creo que fue, de largo, el mejor vino de la noche (¡gracias papá!) Es un Toro en toda regla, su color púrpura intenso, borde violeta. Ciruela, compotas, regaliz y mineral en nariz, y en boca, ¡Dios!, terciopelo, cálido (que no alcohólico), fruta perfectamente armonizada con madera. Vino serio, merece la pena darle su tiempo, dejar que respire. No tengo ni repajolera idea de lo que será un Teso la Monja (máxima expresión del vino de Toro, según se dice), pero es difícil de superar.
Como curiosidad: esta es la última botella que queda en la cava.
Faltan otros vinos que nos hemos pimplado Paula y yo mano a mano, que será objeto de la próxima entrega.
En ella se verá porqué no tengo ni puñetera idea sobre vino.
He creado una monstruo (o monstrua).
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