Madre mía, me he cogido un trancazo del calibre de los pistolones de Harry, me ha dejado pa'l arrastre..., ni ganas de tomar un poco de vino que tenía, oiga, lo cual es bastante grave en mi caso.
Será además que me estoy haciendo mayor, pero últimamente le estoy cogiendo el gustillo por el clarete (o por el rosado, como se dice ahora). Como ya he dicho en otras ocasiones, para mi un chato de clarete era un vinorro normalmente de color entre rosa y salmón anaranjado, que atufaba a rancio y a alcohol y que los más valientes del lugar se lo tomaban al estilo del Saloon del salvaje oeste. El resto lo teníamos que matar con un poco de gaseosa para que no se nos subiera a las primeras de cambio. Nunca encontré tapa de ensaladilla o tortilla de patatas lo suficientemente espesa que pudiera resistir un combate, ya no solo por el alcohol que pudiera tener si no que además había que luchar en demasiadas ocasiones con ese resaborcillo como a vinagre que te hacía sospechar si por tu vaso había servido como banco de boquerones camino de la bandeja de al lado. Vale, exagero un poco, un banco no, pero dos o tres boquerones pasaron por vasos antes de su fatal desenlace, fijo.
Para mi tenía todo para ponerle al clarete la cruz, pam, nevermore, ni pa'los restos, aunque curiosamente conocía gente que veneraba a este "elixir", al punto de hacer rutas en bici por los bares del pueblo exaltando sus cualidades, vamos, que no hubieran pasado los controles de la UCI. Si Nadal con un poco de agua mea gasolina, con esos vinos podríamos convertir il bólido rosso en una nave de la NASA.
Pero últimamente, quizás por moda, quizá porque al fin se están haciendo las cosas como Dionisios manda; he encontrado (para mi gusto) varios vinos rosados muy, muy buenos.
No nos vamos a engañar, son vinos hechos para gustar al primer sorbo, no llegan a ser tan dulces como lambruscos ni tan sosos como el Mateus Rosé. Claramente están hechos para un público femenino, empezando por su imagen y terminando por su sabor, lógicamente ellas son un mercado a conquistar, y entre pedir siempre el típico blanco o arriesgarse con un tinto, el camino del medio tiene color de niña.
Pero con todo y con eso, me han gustado, alguno mucho, incluso sorprendido.
Cigales es una tierra que desde siempre ha tenido la palabra clarete asociada, aunque a día de hoy también son muy (re)conocidos sus tintos. Hace unas semanas llegó a mis manos un clarete a la antigua usanza, es decir, un vino que mezclaba en distintas proporciones vino tinto y blanco, verdejo para más señas.... y estaba bueno, muy bueno, fresquito, un poquito de tortilla de patatas (con cebolla, importante el detalle)... entraba fantásticamente bien. Clarete de Luna, de la bodega de Cesar Príncipe, iros quedando con el nombre.
Pero el que se ha llevado la palma es un vino leones, de la comarca del Bierzo que nos calzamos hace unas semanas en el Gastromium:
Hace un par de semanas traje una botella a casa y duró un chasquido. Tiene un algo que nos hacía beber la copa entera, sin dejar gota, tanto es así que será la próxima nota de cata.
Siempre y cuando me respete la gripe....
Será además que me estoy haciendo mayor, pero últimamente le estoy cogiendo el gustillo por el clarete (o por el rosado, como se dice ahora). Como ya he dicho en otras ocasiones, para mi un chato de clarete era un vinorro normalmente de color entre rosa y salmón anaranjado, que atufaba a rancio y a alcohol y que los más valientes del lugar se lo tomaban al estilo del Saloon del salvaje oeste. El resto lo teníamos que matar con un poco de gaseosa para que no se nos subiera a las primeras de cambio. Nunca encontré tapa de ensaladilla o tortilla de patatas lo suficientemente espesa que pudiera resistir un combate, ya no solo por el alcohol que pudiera tener si no que además había que luchar en demasiadas ocasiones con ese resaborcillo como a vinagre que te hacía sospechar si por tu vaso había servido como banco de boquerones camino de la bandeja de al lado. Vale, exagero un poco, un banco no, pero dos o tres boquerones pasaron por vasos antes de su fatal desenlace, fijo.
Para mi tenía todo para ponerle al clarete la cruz, pam, nevermore, ni pa'los restos, aunque curiosamente conocía gente que veneraba a este "elixir", al punto de hacer rutas en bici por los bares del pueblo exaltando sus cualidades, vamos, que no hubieran pasado los controles de la UCI. Si Nadal con un poco de agua mea gasolina, con esos vinos podríamos convertir il bólido rosso en una nave de la NASA.
Pero últimamente, quizás por moda, quizá porque al fin se están haciendo las cosas como Dionisios manda; he encontrado (para mi gusto) varios vinos rosados muy, muy buenos.
No nos vamos a engañar, son vinos hechos para gustar al primer sorbo, no llegan a ser tan dulces como lambruscos ni tan sosos como el Mateus Rosé. Claramente están hechos para un público femenino, empezando por su imagen y terminando por su sabor, lógicamente ellas son un mercado a conquistar, y entre pedir siempre el típico blanco o arriesgarse con un tinto, el camino del medio tiene color de niña.
Pero con todo y con eso, me han gustado, alguno mucho, incluso sorprendido.
Cigales es una tierra que desde siempre ha tenido la palabra clarete asociada, aunque a día de hoy también son muy (re)conocidos sus tintos. Hace unas semanas llegó a mis manos un clarete a la antigua usanza, es decir, un vino que mezclaba en distintas proporciones vino tinto y blanco, verdejo para más señas.... y estaba bueno, muy bueno, fresquito, un poquito de tortilla de patatas (con cebolla, importante el detalle)... entraba fantásticamente bien. Clarete de Luna, de la bodega de Cesar Príncipe, iros quedando con el nombre.
Pero el que se ha llevado la palma es un vino leones, de la comarca del Bierzo que nos calzamos hace unas semanas en el Gastromium:
Hace un par de semanas traje una botella a casa y duró un chasquido. Tiene un algo que nos hacía beber la copa entera, sin dejar gota, tanto es así que será la próxima nota de cata.
Siempre y cuando me respete la gripe....
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