02/04/2016

A los que decís que en España no se bebe vino (I)


Para esta entrada llevaba escritas doce o trece  páginas, intentando poner negro sobre blanco lo que me bulle en la cabeza, tratando de ser lo más claro posible, apuntalando cada una de las frases con enlaces, con noticias. Quería hacer una entrada sencilla, fácil de leer, explicar una idea y que a su conclusión llevara automáticamente a la siguiente idea, y luego, tras haber explicado todas las ideas,  llegar a dos ó tres conclusiones claras, absolutistas (que no absolutas).

Seis semanas he estado aporreando teclas y hoy llego a la conclusión de que posiblemente haya malgastado gran parte de ese tiempo, y que quizás debiera mandar todo ese trabajo a la porra (por no decir que a la mierda), y dedicarme a beber vino, decidir de una vez por todas si quiero realizar algún curso tipo WSET, o mejor aún, alguno que me permita en el futuro redactar rollos macabeos tipo Antonio Muñoz Molina o James Joyce.

Pero ya que he llegado hasta la página número trece, ya que he logrado formar más de cuatro mil palabras, al menos me gustaría dejar la esencia de lo que pienso. Prometo ser lo más claro y ameno que me sea posible. Como ya he hecho en otras ocasiones, lo haré en varias entradas y  sustituiré mi sutil prosa castellana tipo Delibes por otra algo más clara y llana, tipo Cela:

¿Qué cojones queréis decir con que en España no se bebe vino?

Es que sois muy pesados, dos años con la misma matraca, ¡ya está bien, carajo!

NO, por mucho que queráis, por mucho que insistáis, por muchas rogativas que queráis realizar, JAMAS, pero jamás de los jamases volveremos a consumir tanto vino en este sacrosanto país como en tiempos de los abuelos. Ni la mitad. Podemos pelearnos por los motivos, podemos echarnos las culpas los unos a los otros. Podemos decir que somos un país que ha olvidado su sus tradiciones, lo cual no es nada nuevo, llevamos más de quinientos años jugando a lo mismo. Podemos culpar a la crisis económica, a las bestiales compañías cerveceras, o a los creadores de esas ensaladas tan estrafalarias que en mis tiempos mozos llamábamos gin-tonics. Podéis mostrar estudios de mercado, podéis mostrar encuestas, pero insisto, los tiros no van por ahí.

Que sí, que el abuelo Ezequiel y el abuelo Ceferino se clavaban todas las semanas del orden de cuatro o cinco botellas de vino ¡cada uno!, pero me juego el sexto dedo de mi mano izquierda a que ese vino hoy lo consideraríamos veneno, vinos rancios, avinagrados y de una sanidad dudosa. El vino bueno, antes y ahora, (salvo honrosas excepciones) hay que pagarlo por encima de lo que vale o hacérselo uno mismo en casa; y sólo para días especiales.

Es cierto que ahora tenemos vinos de pasto por poco dinero, pero son eso, vinos de pasto, vinos para acompañar la comida de todos los días, un aperitivo o un copeo informal, hay pocos vinos buenos de verdad por debajo de los 10€.

Y esto en sí no es malo, es más, sería deseable poder disfrutar de una de las comidas con un vino decente; pero no, en este momento es cuando nos ponemos estupendos y comenzamos a demostrar al resto del personal lo guays que somos, ¡qué menos que un tempranillo crianza de 18 meses en barrica de roble francés y americano, con un tueste medio plus!

Nos mola eso de recomendar, fardamos diciendo qué vino hay que tomar y como tomarlo... Y me vais a disculpar, pero sois, somos unos lerdos o unos perfectos gilipollas. Somos conscientes de que el consumo es bajo, de que hay que animar al personal a beber vino, buen vino; y se nos llena la boca de buenos propósitos, de ideas para fomentar un consumo más o menos responsable… y a los cinco minutos la cagamos. Y bien. En cuanto empezamos a hablar de lo que es para uno mismo un buen vino, de lo que tiene que ser, que si el terruño, que si los vinos naturales, que si lo del vino azul, que si las castas autóctonas, que si el sulfuroso…, al final esto se convierte en un putiferio. De repente, todo el mundo es catedrático y quiere ejercer como tal. 

No dudo que los que llevéis veinte mil botellas entre pecho y espalda os encontréis cargados de razones para opinar, pero os olvidáis que beber vino no es una obligación, es algo que se realiza por gusto. Cuando decís, por ejemplo, que el vino azul es una porquería, es más que probable que tengáis razón, pero lleváis razón porque precisamente lleváis veinte mil botellas y vuestro gusto está a eones de distancia de ese líquido infernal, de los frizzantes, del lambrusco de medio pelo, de los zumitos de frutas con sabor a piruleta o los verdejos tropicales.

Esa es vuestra virtud y ese vuestro pecado. Me encantaría poder ponerme al nivel de muchas personas que son capaces de recomendar tal vino o tal otro con total sinceridad, pero carezco de suficiente experiencia y posibilidades económicas para comprar según que vinos.

Lo dije y lo mantengo: el mundo del vino no es atractivo para la mayoría de los españoles de entre 18 y 45 años. Las bodegas, los distribuidores, la hostelería no han querido, porque esa es la verdad, NO-HAN-QUERIDO esforzarse, “invertir” en la cantera, han preferido cuidar al consumidor “senior”, el que se gasta el manso en una caja de vinos; han cuidado al de la pose, y todo bicho viviente capaz de pagar 20€ en un restaurante por una botella que cuesta 7€ en cualquier supermercado. Han cuidado tanto a su “élite” que ahora se van dando cuenta de que no existe relevo, o al menos no tan numeroso. Ahora han descubierto que las cerveceras les han pasado por la derecha, arrastrando a la gran mayoría de su público objetivo, y que de hecho, se están apropiando de términos propios de la cultura del vino (cerveza como bebida mediterránea, cerveza de bodega, cerveza granreserva).

Ahora están viendo el problema que hasta ayer han negado (o que se han dedicado a meter debajo de la alfombra), quieren realizar las veces de predicadores, incluso diría que de profetas. Recientemente ha salido un estudio de mercado en Estados Unidos sobre el consumo de vino por parte de los yanquis y…, atención…, los consumidores con edades comprendidas entre los 21 y 40 años (los llamados millennials), son quienes más vino tragan. Hasta aquí han sabido leer y así nos lo están haciendo saber a golpe de bombo y platillo. ¿Qué están haciendo? Lo mismo de siempre: interpretar los datos como les sale de la bisectriz.

Quizás peque de soberbia, pero con esos dos datos no se puede hacer gran cosa. Hay quien ha avanzado algo más y se ha interesado por saber qué vinos prefieren estos jóvenes (espumosos, rosados y tintos jóvenes), pero se quedan ahí. Hay quien da más importancia al hecho de que estos millennials no tienen problema en gastarse 20$ por botella al menos una vez al mes, pero sin llegar a saber si esa botella es para ellos, para compartir, o es solo un regalo para otra persona.

Los menos, los más puñeteros/as y quisiquillosos/osas para según que lector, investigan qué porcentaje de los millennials son very real wine lovers, es decir, cuántos de esos millennials compran vino con cierta frecuencia, cuanta pasta gastan, cómo se divierten, si sólo beben vino o también le dan a la cerveza y a los destilados, si lo toman por el día, por la noche, en pelota picada o vestidos de época. Estos quizás se pasan tres pueblos con la información, lo que lleva a encasillar a la gente en unos consumidores muy específicos que luego es casi imposible trasladar a otros países, pero leyendo entre líneas, ofrecen una información muy útil, pero amigo, hay que leer y mucha gente no está dispuesta a ello, es mucho más fácil centrarse  en las cifras, en valores, en datos que de alguna forma me sirva para arrimar el ascua a su sardina… y claro,  fracasan.

¿No sería más lógico preguntarse qué es lo que han hecho los norteamericanos para que exista consumo de vino entre los más jóvenes y trasladarlo de alguna manera a España?

¿No sería mejor dejar de lado a los fríos datos y bajar un poquito al barro a ver qué es lo que está sucediendo?

¿Por qué no nos dejamos de tanta milonga de querer llegar a un público objetivo para el consumo del vino?, ¿qué es un público objetivo, un target, un cluster, un nicho? Resulta que tenemos destruida toda la base de consumo de vino y la solución pasa por llegar a un público reducido, que pague lo que les pidan por un vino y que encima sean fieles.


Esto último me recuerda el mítico cortometraje de Javier Fesser, El sedcleto de la tlompeta, cuando decía aquello de que el Padre Lucas sabia que lo más importante era tener amigos, no importaba la cantidad, si no que estos fuesen sólidos, y al final el Padre Lucas sólo tiene un amigo, un niño pequeño travieso y ególatra que no para de hacerle la vida imposible. En la vida real, llega un momento en el que, si el niño sigue por el mismo camino, lo mandas a tomar vientos y te vas en búsqueda de nuevos amigos o prefieres quedarte solo.


(continuará...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por motivos ajenos a mi voluntad, os informo que todos los comentarios tienen que ser moderados.

Salvo que dichos comentarios incluyan insultos o cualquier amenaza (física o verbal) contra las personas o cosas, serán publicados a la mayor brevedad posible.

Muchas gracias.