21/01/2014

Regalos de Reyes (Dulce Traición 2)

Me los he bebido todos. No ha quedado ni gota. Por no ser o no estar, ya ni siquiera están las botellas en casa, todas y cada una de ellas descansan en el contenedor verde del vidrio a la espera de ser recicladas, o eso espero. Esta es su historia.

Empiezo a pensar que mi mente pasa todas las noches por un proceso de lavado agresivo, esto no es normal, entiendo que en la vida se tropieza hasta la saciedad, que ello ayuda a evolucionar, pero aquí hay un problema porque, o mi cabezota se empeña en borrar todos mis tropiezos, o soy más cándido que las flores del campo.

Sucede que un día de finales del pasado diciembre, aquí mi compañera dice que aprovechemos uno de mis días de descanso para ir al centro, que hace tiempo que no vamos y apetece eso de estirar las piernas por calles por las que caminan más de cinco personas a la vez. No os podéis hacer una idea de lo aburrido que es un barrio, que el ayuntamiento se empeña en llamar Sevilla Este y los vecinos, "cariñosamente", nos referimos a él como Córdoba Sur; en el que en el mejor de los casos, de tanto en tanto se ve alguna persona con perro. Por no pasar no pasan esos matojos rodantes que aparecen en las películas del oeste, y eso que les han hecho una avenida con tres carriles por sentido. Ni por esas…

Pero claro, el centro de una gran ciudad y en Navidades es justo todo lo contrario, una muchedumbre enfervorecida por las compras, y que no ven (o no quieren ver) si lo que tienen delante, detrás o a su lado es otra persona, un banco de la calle o el mismísimo monstruo del lago Ness. La calle es mía, solo mía, aparta de mi camino, parecen decir.

Llegamos a la Plaza Nueva, libres por fin de apretujones, codos voladores y algún que otro desagradable olor a humanidad. Al parecer los desodorantes tienen vacaciones esos días.
Ya en pleno centro, nos encaminamos a los sitios habituales, comprar algo de café, ver alguna nueva prenda de ropa, ya se sabe, renovarse  o morir; y por supuesto, bichear las tiendas de vino. En principio teníamos la cava casi llena con los vinos de estas navidades, pero siempre cabe un vino más, y si no, la nevera gustosamente hace sitio para un par de botellitas si es menester.

Paula, no obstante, estaba interesada en coger uno de esos quesos que tanto le gustan (de esos que yo no me atrevo ni a olerlos), así que propuso que fuésemos a Flor de Sal, lo cual no me pareció ni medio sospechoso, al punto que le dije a André que hoy la clienta era Paula y que mientras la atendía, yo iba a bichear las novedades de la tienda.

Yo estaba ajeno a la conversación que mantenían, me fijaba en un par de vinos de los que André había subido información al perfil de Facebook, con la duda si llevarme alguno o no,  la verdad es que me llamaban poderosamente la atención, pero tenía que pensármelo un par de veces, me daba la sensación de que ya me estaba pasando con los gastos estas Navidades, pero era tanta la tentación y tan a mano…

Y metido en mis pensamientos, Paula me bajó a ras de suelo, ya se había hecho con el queso, así que pude consultar a André su opinión por alguno de los vinos que había visto, ¿me lo llevo, no me lo llevo…?, ante la duda preferí darle un par de vueltas más con la almohada, rumiarlo un poco. Aún con la duda y poco menos que despidiéndome, me mira André y me pregunta “¿hoy no te llevas nada?, bueno, pues toma esto…” y me acerca una bolsa blanca con una caja de tres botellas, con sonrisa de chico malo, cómplice de aquí mi amiga que se me estaba medio descojonando de la risa...

Cara de gilipollas, otra vez...

Sorprendido, otra vez…

¡Otra vez,no!... 

Yo ya no sé qué esperarme la próxima vez que Paula diga algo de bajar al centro y enfilar la calle Zaragoza.


¡Ah!, ¿qué es lo que contenía la caja?, pues la verdad, tres vinos que me gustaron bastante…






Viña Zorzal Graciano 2.010: un vino navarro sorprendente, pese a su juventud, me pareció un vino complejo, notas de moras negras, de arándanos, y a la vez especiado, se nota el pequeño paso que ha tenido por barrica. Comienza siendo un vino ácido, fresco, pero luego en boca parece que amansa, y descubre esa fruta negra, fresca, conjuntada con ese poquito de  madera. Ideal para tomar con picoteo a base de chorizo, salchichón y otras chacinas. Interesante vino, creo que hay que seguirlo de cerca a él y a la bodega. Promete.






El Señorito 2.010: bien sabéis los que me conocéis un poco de cerca, lo reticente que soy para probar vinos de Castilla-La Mancha. He probado pocos y casi siempre recomendados o que me hayan llamado la atención por algo. Nos encontramos con un tempranillo de Toledo muy singular, me ha recordado en nariz a ciertos cabernets que probé en California. Me llama poderosamente la madera que aparece en nariz, aromática. balsámicos, especias..., me costó un poco de tiempo encontrar la fruta, pero ahí estaba. En boca se hace patente la madera, algo secante al primer trago A pesar de su juventud, necesita un poco de tiempo en copa o servir en decantador para que se desarrolle completamente. Sedoso, aparece al final del trago notas como al café de antes, del que se tostaba en las tiendas y que casi parecía un caramelo. Habrá que tomarlo en cuenta para próximas fechas.





Ser o no ser 2.011: de los tres, es el que más me ha gustado, aunque ya iba advertido de ello. No sé si calificarlo de vino raro o de vino extraño. En cualquier caso es un vino que no deja indiferente. Decía el escritor asturiano Leopoldo Alas-Clarín "Me nacieron en Zamora", a este vino le pasa algo parecido. Obra de un joven enólogo jerezano, Santi Jordi, ha creado un vino de Toro que no parece ser un Toro, o al menos esos Toros recios, fuertes, de los que tiran de espaldas al primer (y único) vaso. Cierto es que ya hay vinos hechos con la Tinta de Toro que no muestran ese carácter tan bravío de otros tiempos, vinos que han tenido su sitio en más de una entrada de este nuestro blog; pero es que este vino es seda en la boca. La nariz se llena de esa ciruela morada, dulce, casi compota  que se suele encontrar en los Toro de pura cepa. Hay matices minerales, pizarra, humo, elegancia... En la boca es una fruta madura pero sin pasarse, es un vino fino, sabroso, especias (¿tomillo, clavo?), no se nota para nada los poco más de 14º que tiene, si, tiene ese final como a licor como los otros Toro, pero está muy disimulado, es un Toro, pero no se si es un Toro. Bonito proyecto, creo que en breves fechas podría tener una entrada particular, al menos tan particular como este vino. 


Y tendría que decir aquello de "colorín, colorado..." pero al volver de la casa de mis padres el día de Reyes, resulta que sus majestades dejaron algo en la mía, merced a la colaboración necesaria de André y una paje ocasional, personificada en mi cuñada Chave. Esto es lo que me encontré en el salón:






Merayo Mencía 2.012: dicen que el olor típico de la mencía es el olor a violetas, aunque no sé si como la flor o como el caramelo. El caso es que este vino me huele más a lo segundo, a esos caramelos de violeta que alguna vez traía la abuela Eustoquia a casa, pero lo que tenemos delante, es un vino joven, de color rojo-violeta reventón, vivo. Tenemos ese olor a violetas y a frutos del  bosque en la boca, es un vino sabroso, juguetón, derrocha vida y fruta, un vino sin complejos, simplemente para compartir con los amigos en una comida distendida, ideal para aquellos que comienzan en el mundo de los vinos tintos.

¿Qué más puedo decir? Que es una lástima que ya no me quede ninguna de las botellas, pero que sinceramente, me han encantado estos vinos, que tengo unas reinas magas que no me las merezco, y que el proveedor oficial de vino en esta casa este año ha acertado de pleno. 

Chapeau! 

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