12/12/2012

Viaje por La Rioja, o de como A este Lado del Duero pasó Al otro lado del Ebro.



Ha pasado casi un mes desde que volvimos de nuestro viaje a La Rioja, he querido, por un lado, que el viaje reposara un poco, que dejase poso en la memoria. Por otro lado, siempre me falta tiempo para ponerme a hacer todo lo que quiero hacer, como a todos, me faltan horas al día (aunque solo para lo que me gusta, claro).
En un principio iba haberle dedicado un par de entradas, pero he preferido sintetizarlo en una sola, porque me quedo con anécdotas que creo que son personales, y que quizás, vayan saliendo cuando toque, más adelante.

Unas vacaciones dedicadas al vino, la verdad es que para mí ha sido un lujo, sobre todo en estos tiempos que corren, y la verdad es que no sé como agradecérselo a las dos impulsoras del mismo. Por un lado Chave, mi cuñada, tuvo la genial idea de regalarme una cajita-experiencia de cata de vinos.  Y por el otro, Paula, que me ha acompañado sin rechistar a todas y cada una de las bodegas que hemos visitado, “en esta no bebo, porque ya no puedo más”, juró en tres ocasiones, y en tres ocasiones le he insistido para que, al menos, probara algún que otro vino que pensé que podría ser de su gusto. No acerté ni uno.

¿Por qué La Rioja? La verdad es que durante mucho tiempo barajé varias opciones. Tenía claro que por cercanía a mi casa y a la de mis padres, siempre tendré tiempo para poder realizar la visita a bodegas de Andalucía y Castilla y León, tengo ganas de poder organizar alguna visita con amigos o con la familia, así que la elección se fue por otros derroteros.
Tanteé varias bodegas, compuse varios viajes en avión, coche, tren, a pata, Paula se implicó mucho a la hora de poder desarrollar los viajes combinando visitas a bodegas, con visitar a la familia de Medina, y no volvernos locos del todo. Al final, hubo tres destinos posibles: Cataluña visitando el Penedés, Montsant y Priorat, el Somontano y La Rioja.
Durante mucho tiempo, la opción catalana ganaba a las otras dos, son zonas nuevas e interesantes para mí y por lo que he podido leer en otros blogs, en guías, en experiencias de otras personas, era un destino más que apetecible. Lo único que me echó atrás fue Ryanair. No es que tenga miedo a volar o a que nos pasara algo durante el vuelo, lo que me daba “miedo” era el peso de las maletas: a razón de kilo y medio por botella, cuatro botellas que te traigas a casa, suponen seis kilos de más en la maleta; y la idea de llevar el coche de Sevilla a Barcelona y tournée por la zona suponía un gasto un tanto “intenso”.
Por razones parecidas deseché el Somontano, agravado porque para  llegar allí lo tendríamos que realizar por avión vía Barcelona, Zaragoza o Bilbao. O por tren hasta Zaragoza, el precio era desorbitado –y haciendo un pequeño aparte, ¿para qué narices queremos un país lleno de líneas de AVE si luego los precios hacen que los trenes salen casi vacíos?, ¿no sería más lógico poner precios más baratos y que los trenes salgan, al menos, medio llenos?
Así que nos cuadraba muy bien ir a visitar a la familia al pueblo (¡hemos sido tíos de una preciosa niña!), y desde allí a menos de dos horas y media poder llegar tranquilamente a Haro, primera parada de nuestro viaje.

Conforme avanzábamos por la carretera, se iban extendiendo campos llenos de vides, en sí ya era un espectáculo de colores que iban de un verde que comenzaba a apagarse, amarillo, rojos, para llegar al ocre, un bonito  atardecer que presagiaba buenos ratos.
Localizamos los apartamentos donde íbamos a estar unos días, y que además os los recomiendo, se llaman Los Zapatos Morados, está en pleno centro de Haro. Un detalle simpático a nuestra llegada, en la habitación estaba esperándonos una botella de 37,5 cl de Ramón Bilbao crianza (ricoooooo) que nos sirvió como introducción a lo que nos esperaba desde ese momento por tierras riojanas.

Pero vamos al vino. No hice una búsqueda muy especial, creo que más bien meticulosa, por un lado quería ver alguna de las “grandes” o emblemáticas bodegas de la zona, pero por otro lado quería ver alguna que no sabría muy bien cómo definirlas, hay quien dice que “de autor”; y bodegas que tuvieran esos vinos que tanto me gustan. No sabría exactamente a cuantas bodegas solicité poder visitarlas, y si podía ser, realizar alguna cata.
Hay bodegas que te animan a que las visites, a que realices lo que se puede llamar “enoturismo”, otras que son más celosas de sus vinos y que han decidido que se quieren dedicar a lo que saben hacer, vino, y no conciben una apertura de puertas a todo aquel que quiera entrar. Con este viaje, me he sentido un privilegiado, por un lado, nos han atendido casi en exclusiva, a excepción de López de Heredia, en todas solo hemos estado a solas con una persona que nos iba explicando, al principio, como hace su vino, que variedades utilizan, si prefieren el roble francés o el americano, si consideran elemental el paso del vino por acero o si utilizan tal tipo de prensa vertical, horizontal, por gravedad…, pero en alguna de las ocho bodegas que visitamos, a los quince minutos ya hablábamos de una forma más cordial, en alguna incluso más amistosa, más desinhibida,  como si se hubiera roto esa barrera de mera cordialidad entre visitante y visitado; y al final es lo que más me ha gustado del viaje, el que por un momento nos han hecho sentir como gente importante, exclusivos…

Sigo sin saber si realmente “sé” de vinos o si sólo “sé recomendar” vinos, para mí, a día de hoy, no le doy tanta importancia, ¿por qué digo esto? Llegas a una bodega, de las de altura, que te expliquen como hacen la vendimia, como realizan la fermentación alcohólica, luego la maloláctica, te enseñan los calados, las barricas, te dan a probar dos vinos, te cobran y adiós, vuelvan ustedes pronto…; y en el mismo día, vas a visitar otra bodega y que te “presenten” a sus vides, que te expliquen cuál es su filosofía de vino, por qué hacemos esto “así” y no “asao” (sin llegar a ser artificial), que te impliquen en esa idea que tienen en su cabeza sobre lo que es su bodega y su vino, que después de hablar quince minutos sobre la bodega, te digan “he leído tu blog, he visto que has hablado de mis vinos”, o que lleguen y te digan “mira, prefiero poneros estos vinos que son de los que más orgullosos nos sentimos”, ¡joder!, te llena, te hace vivir el vino, que no es solo un líquido alcohólico, si no que hay mucho más detrás, y eso se debe a personas como Cristina, que nos hizo pasar una tarde estupenda; a Valvanera, que nos dejó sin palabras y que nos animó a dar un paso más con el mundo del vino; a Pablo por darnos esa visión tan personal, tan particular de lo que son sus vinos; y sobre todo, le voy a dar las gracias a Jabier, jamás en mi vida me habían hablado tan claro, tan exacto, con razones tan meridianamente claras, lógicas, bien pensadas sobre como hacer el vino que tienes en la cabeza y sacarlo embotellado, como muy bien dijiste: “menos bata y más bota”, me quedo con esa filosofía para aplicarla desde este lado de la mesa: “menos palabras y más vino”.

Sé que volveremos a vernos, se nos han quedado muchas otras bodegas en el tintero, ¡y que coño!, tenemos ganas de volver a hablar con vosotros, pero en esa ocasión, yo pongo el vino.

1 comentario:

  1. Hola Víctor, me alegro mucho de que te gustara el regalo, y de que lo hayáis disfrutado tanto Paula y tú (sobre todo tú, no nos engañemos). Ya iréis visitando más bodegas, y ampliando conocimientos y sabores. Un beso.

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