Se acabó lo que se daba, finalizó nuestro viaje por La Rioja española (hay otra Rioja en la Argentina) y la verdad es que ha sido todo un gustazo, sobre todo para mí, necesitaba un viaje como este, ya no solo por intentar saber algo más sobre vino, este está siendo un año de los duros en lo personal (aunque hay muchísima más gente que lo está pasando peor), necesitaba desconectar del día a día, desconectar del escenario donde se repite todos los días eso que llamamos rutina (lo cual me recuerda una canción de Police), poder ir a ver a la familia al pueblo, conocer a nuestra sobrina Marina (¡más guapaaaaa!) y el poder hacer algo que me llena, me ha relajado.
Paula ha disfrutado también, quizás no tanto como yo, la verdad es que no sé como agradecerle algún que otro sacrificio que ha hecho por mi en este viaje, intuyo que una temporada en latitudes inglesas o norteamericanas pueda servir de bálsamo.
Pero como os decía…
Cuatro días a dos bodegas por día, o lo que es lo mismo, ocho bodegas. Si hay algo que me ha quedado claro, es que no tienen nada en común salvo la pertenencia a una misma denominación de origen (calificada), el uso predominante del tempranillo y su amor y dedicación al mundo del vino.
Tampoco es que quiera meter a ocho formas de hacer un vino en un mismo saco, en las ocho bodegas nos lo han dejado muy claro, cristalino, que no creen en convencionalismos ni en esas etiquetas que tanto nos gusta poner los españoles (y si no, donde pongo “etiquetas”, poned “mote”, ¿nos gusta, o no nos gusta?).
Hay quien habla de vinos de Rioja clásicos, modernos, de autor; ecológicos, biodinámicos, de cosechero; de la Rioja Alavesa o de la Rioja Alta (no hemos tocado la rioja Baja); hay vinos tintos que no saben lo que es una duela, otros que no han tocado más acero que el del tren de embotellado, otros que han pasado por acero, madera y hormigón; existen enormes tinos de roble francés, alguno centenario y en uso; hay barricas nuevas de roble americano, otras de acacia, incluso barricas que cuando parece que no tienen más uso, las arreglan con duelas nuevas, aportando al vino juventud y experiencia a la vez. Hay barricas que “mueren” de una forma mística, arrojándolas al fuego que sirva para domar madera que aún no sabe que va a ser un vino con aromas torrefactos y especiados…
Es imposible meter ocho historias en unas pocas líneas, tampoco voy a contar ocho historias largas, tediosas, pesadas, os contaré dos o quizás tres, pero eso hoy no…
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