¿Por qué no bebemos vino?, o mejor dicho, ¿por qué bebemos menos vino? Cuatro entradas (y media) después, estas pueden ser las conclusiones:
1.- La calidad del vino: en España cada vez hacemos más y mejor vino, hemos pasado de viñas cargadas de pámpanos a viñas de baja producción pero de gran calidad, de depósitos de cemento y cal a depósitos de acero, hormigón y madera; tenemos toneles de madera de distintos tipos, de distintos tostados. Cada vez tenemos menos de esos graneles peleones (y cabezones), a vinos hechos para gustar, para ser bebidos y no para cogerte un pedo barato y facilón, aunque siguen existiendo (y vendiéndose) ese tipo de vinos que no son más que pura química. No deja de ser llamativo que en estos tiempos su exportación a Europa (sobre todo el manchego) haya aumentado. Y mucho.
Pero en nombre de la calidad, también se realizan, se exageran cuidados y tratamientos que en muchos casos supone una inversión que no corresponde con un aumento exponencial de la calidad.
2.- El precio del vino: para obtener más calidad no queda más remedio que gastar más dinero en mejorar el viñedo, la bodega y al personal que tiene que sacar el máximo rendimiento de la uva. Lo que ya no queda tan claro es la relación entre calidad y precio.
Hay vinos, por ejemplo mis amados verdejos, que tienen una muy buena calidad pero que han tenido que bajar mucho los precios para poder competir con otras IGPs. Esta competitividad puede resultarnos muy beneficioso como consumidores aunque para las bodegas seguro que el beneficio es mucho menor que si vendiera al mismo precio que sus competidores.
También tenemos bodegas de gran reputación, con grandes nombres, y grandes marcas, que inflan los precios los precios por el mero hecho del prestigio ganado. El problema suele venir cuando la calidad no es la esperada por ese precio, que lejos de provenir de opiniones de consumidores, vienen reflejadas en guías y opiniones de grandes y respetados críticos o publicaciones en las que apoyan sus vinos más emblemáticos. No es raro ver en guías como la Peñín, como vinos de pequeñas bodegas tienen vinos calificados con 90/95 puntos con precios que oscilan entre los 8-20 € mientras que para las grandes bodegas esas mismas calificaciones, las obtienen vinos con precios que van de entre los 15 a los 200 €.
3.- Las Bodegas: o lo que es lo mismo, los creadores del vino. Son los grandes responsables, junto con la hostelería, del cambio de consumo del vino en España, para bien (casi siempre). Han comenzado a comprender la importancia, no solo de cuidar del vino, si no de cuidar al que consume vino. Han visto que el enoturismo no es una excentricidad, es más, es un aliciente para el consumo de sus productos. Es tremendamente positivo. Hasta que te pasas de la raya. Con las vacas gordas se han llegado a construir, no bodegas, catedrales del vino más bien, edificios enormes, modernísimos firmados por los más prestigiosos arquitectos por los que han cobrado auténticas burradas por la obra, que en más de un caso rompe con la imagen de pueblecitos de casas de piedra o ladrillo: tienes ese pueblecito bucólico donde solo suena el viento al correr, la torre de la iglesia y allá, al fondo a la derecha, ¡pom! un mamotreto de hormigón y aluminio de color vino. Vaaaaleeee, tampoco es cuestión de que sean todas de prefbricado de hormigón o que estén dentro de un antiguo monasterio Cluniacense, pero no me digáis que hay alguna que otra bodega tipo florero, y que al final el coste de la construcción de la bodega repercute en el precio del vino.
Hay también bodegas que viven sólo por y para algunos críticos, creando vinos excepcionales para el alcance de muy pocos, olvidándose que quien realmente compra vino, quizás no pueda permitirse comprar una botella en su vida (siempre y cuando la familia no se entere de lo que ha costado el capricho). Pienso que este tipo de actitudes hacen que el publico profano se encasille en el “R&R” (Rioja y Ribera), sin que se molesten en descubrir nuevos vinos. Haciendo un trabajo serio, no populista, conseguirían un público fiel, una base que conozca el vino y lo compre, alejado de modismos y caprichos de gurús, que al fin y al cabo, es una persona con unos gustos determinados (en el paladar y en su cartera…). No quiero decir que no se hagan vinos caros, estos tienen sus compradores, pero que tampoco se puede orientar toda una producción a una línea de lujo, y que en todo caso, no puede ser la piedra angular de una bodega.
4.- La hostelería: poco a poco va abriéndose a la calidad, comienza a ver lo positivo que es tener una variedad de vinos, que incluso pueden servirse por copas en vez de venderlo por botellas completas. Hay una pequeña parte de la hostelería que, además, se interesa por formarse en el mundo del vino porque ve que el consumidor es exigente y ya no le vale cualquier vino de cualquier denominación de origen. No obstante es un camino lento, aún quedan muchos sitios en los que vino es poner cualquier líquido de un color determinado a un abuelete que quiere pasar la tarde en el bar viendo el tiempo pasar, y que el tendero no se va a molestar en poner algo mejor que matarratas. Pero lo peor son aquellos establecimientos que ni siquiera saben el producto que tienen entre manos, pero que dan una imagen de conocedores absolutos, garitos donde con orgullo hay cartelones en los que pone Rivera de Duero en vez de RIBERA del Duero, enterémonos ya de cómo se escriben las cosas, que lo ponen las cajas, las botellas de productos que vendemos, que vinos de la VT Castilla son los que se hacen en las provincias de Guadalajara, Cuenca, Albacete, Ciudad Real y Toledo; y que nada tienen que ver con las IGPs de Castilla y León, que son los vinos que se hacen en León, Palencia, Burgos, Soria, Segovia, Avila, Salamanca, Zamora y Valladolid; que Yllera se escribe así, y no Iyera, como he visto en alguna parte.
Tenemos también a la “alta” hostelería que pone precios prohibitivos y absurdos, vinos que en la calle cuestan 5 y te los cobran a 15 por el mero hecho de que te dejen la botella a una temperatura que ellos creen adecuada, que ni es a la que tú te quieres tomar el vino, ni la que indica el bodeguero. La competencia es feroz, la calidad también ha aumentado entre fogones y en igualdad de condiciones, se abre una guerra de precios a la baja en el caso de los platos, pero que se pretende ganar encareciendo la bebida, principalmente el vino.
Y si ya nos ponemos con la última moda… pues qué más puedo contar…
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