Hablar sobre vino, es
hablar también de cultura y tradiciones, sobre momentos que compartimos con
otras personas, cuando reímos, lloramos o cantamos. El vino, al menos en mi
caso, está ligado a celebraciones de navidad, a una bota de vino que se dejaba
en una nevera para refrescar la sed en verano, las limonadas en Semana Santa y
en las fiestas de San Antolín, mis primeras borracheras de adolescente, bodas,
bautizos y comuniones…, en fin, recuerdos que posiblemente también pueden ser
muy parecidos al de muchas personas de mi generación y de generaciones
anteriores, y que pueden ser comunes más allá del pueblo donde nací, la ciudad
en la que vivo o el país en el que habito. Hay una transcendencia que abarca a
varios países del mundo, casi todos ellos con culturas que tienen una clara y
amplia influencia de las antiguas culturas greco-romanas. A lo que voy es que
cualquiera de nosotros puede identificar, independientemente de donde viva, una
relación entre la sociedad y la uva, al igual que también existen relaciones
similares con otros alimentos como pueden ser los cereales, la leche, la
aceituna y todos sus derivados, y que a su vez, todos ellos se relacionan entre
sí, de modo que han dado lugar a distintas culturas y tradiciones. Se puede
identificar a un pueblo por lo que come y por lo que bebe. Esto es así, es
innegable, creo que no me equivoco al decir que existen culturas sobre el
aceite, sobre el pan, sobre el queso, y obviamente existe una cultura del vino.
¿Sólo una? A grandes
rasgos existen 2 culturas del vino: una cultura de consumo y una cultura
hedonista, de placer.
- La cultura de consumo, seamos sinceros, es una cultura
social de consumo recurrente de un alcohol, que en este caso es el vino, al
igual que existen otras culturas de consumo, como las de la cerveza, el sake,
el whisky o la sidra. Lo llamo cultura porque el consumo de vino tiene unos
ritos, tiene unos rituales, tiene una transmisión entre generaciones, y tal y
como he comentado antes, se ha integrado en varias sociedades que han
conservado y adaptado su consumo a lo largo del tiempo, con todas las
consecuencias positivas y negativas del uso y abuso de ese alcohol.
- Existe también una cultura hedonista que es una derivada
de la cultura del consumo, es por así decirlo una especialización de esta.
Mientras que la cultura del consumo versa precisamente en eso, en el consumo,
la cultura hedonista va a resaltar las propiedades de lo que se bebe (sean
estas cualidades reales o no), como hace sentir al que lo bebe (ignorando más o
menos conscientemente que puede estar provocado por el alcohol), exaltando el
origen de la bebida, quien la produce, como la produce, pero además, también
tiene un componente elitista y económico (válgame la redundancia). Cuanto mayor
sea la calidad del producto (ya sea real o aparente) y cuanto mayor sea el
coste del mismo, y por lo tanto, accesible para menos personas, este hedonismo va
a tratar de diferenciarse, no ya solo de la cultura del consumo, sino de otros
estratos hedonistas en los que el precio y la calidad del vino son menores.
Ambas culturas giran una entorno
a la otra, se podrán acercar y se podrán alejar, pero lo que está claro es que
la cultura hedonista no puede existir si no hay una cultura de consumo.
Todo esto que te acabo de
soltar, viene a cuento de un mantra que leo con mucha frecuencia, aunque en dos
versiones distintas:
VERSIÓN Nº 1: “Los españoles no tenemos cultura del vino”
VERSIÓN Nº 2: “Los españoles hemos perdido nuestra cultura del vino”.
Tanto si se hubiera perdido,
como si no la hubiera, creo que este mantra es demasiado reduccionista o
simplista, a ver.
Cultura de consumo de
alcohol hemos tenido desde el principio de los tiempos, la del vino
(concretamente) desde que fenicios, cartagineses, griegos y romanos pusieron
una sandalia bien en la península, bien en las islas Baleares, y esta cultura
de consumo tuvo que desplazar a la que tenían los pueblos celtíberos, que más
que posiblemente, estaría basada en el consumo de algún cereal fermentado.
Sabemos que estas
civilizaciones se asentaron y comenzaron a producir vino, mercadeaban con el no
solo a nivel interno, si no que lo exportaba por todo el Mediterráneo. Tras la
caída del imperio romano, se ha seguido haciendo, consumiendo y comerciando
vino, forma parte de la cultura de nuestra sociedad a base de relatos orales y escritos,
canciones, forma parte de ritos sociales y rituales religiosos (el vino tiene
una importancia fundamental en la misa católica), es decir, que al menos hasta
el año 2024, sí que tenemos una cultura de consumo de vino sujeta a los cambios
que sufría nuestra sociedad.
Como ya he dicho, habiendo
consumo alcohólico tiene que haber consumo hedonista. Hay una leyenda que
atribuye a Julio Cesar la frase: Beati
hispani quibus vivere bibere est (benditos hispanos, para los que vivir es
beber), y aunque está atribución es bastante dudosa, si es cierto que los
hispanos venimos arrastrando la fama de ser bebedores, digamos…, que
desmedidos.
Tanto en la antigua Grecia
como Roma, el consumo de vino estaba muy diferenciado entre las clases
sociales, no cualquiera podía beber cualquier vino. Si eras un vulgar campesino
te tocaba beber el vino más vulgar y de peor calidad, los legionarios romanos bebían
posca, que viene a ser una mezcla de vinagre y agua (y cuando digo vinagre,
quiero decir vino picado), y conforme era mayor el estatus social, se podía
optar a comprar vinos de mejor calidad.
Ojo, he dicho conforme al
estatus, quiero decir, que aunque un soldado o un porquero tuvieran dinero para
poder comprar vino de calidad, este no podía ser comprado, cada clase tenía
atribuida una calidad de vino muy determinada, aunque esta norma se relajaba
una vez al año, concretamente a finales de diciembre coincidiendo con el
solsticio de invierno cuando se celebraban las Saturnalias.
Aunque con el paso de los
siglos estas obligaciones desaparecieron, el consumo de buen vino siempre fue y
ha sido para el que lo hacía o el que lo podía comprar, quicir, que el
hedonismo siempre ha quedado para quien lo ha podido pagar. Si eras pobre, la
máxima satisfacción era poder comprar mucho vino, cuanto más mejor y sin mirar
mucho a la calidad, mientras que para el hedonista su satisfacción era y es el
poder comprar el vino más caro que se pueda permitir, cuanto más exclusivo y
más difícil de conseguir, tanto mejor. Esto ha sido así, mínimo, mínimo, mínimo
desde tiempos de Escipión el Africano hasta hoy a la hora de comer.
Creo que cultura del vino
hemos tenido, tenemos y está por ver por cuanto tiempo la tendremos.
Si me preguntaran sobre si
la cultura del vino en España está en peligro, mi respuesta sería clara: SI,
está en claro peligro
Si me preguntaran si está
siendo sustituida por otras culturas de consumo y/o hedonistas de otras
bebidas, la respuesta es: SI, sin lugar a dudas.
Si me preguntaran si esa
sustitución se está haciendo a la fuerza o por algún tipo de imposición legal,
la respuesta solo puede ser: NO.
Es evidente que sufrimos
una continua, quien sabe si irremediable pérdida de cultura del vino, y esto es
debido a la perdida de la cultura de base, y siento tener que decir que esa es
la cultura del consumo de alcohol. Como ya he dicho en otras ocasiones, para
las generaciones anteriores al baby boom, el alcohol más recurrente era el vino
y sus destilados, poco más. A partir del baby boom y la entrada de otros
competidores, la generalización de destilados, la posibilidad de adquirirlos cada
vez a menor coste, el uso de la publicidad masiva por parte de cerveceras y
destiladoras, y una vez más, la completa inacción del sector del vino son los
que están motivando este cambio, este giro en la cultura vinícola.
La afirmación de que la
bajada del consumo de vino en España se debe a la falta de cultura del vino, en
mi opinión, cuanto menos es una verdad a medias y muy simplista que no tiene en cuenta muchos
factores, pero el principal es que ahora puedo decidir qué quiero tomar, cuándo
lo quiero tomar y cuánto me quiero gastar, aunque esto último está condicionado
a cuánto dinero le puedo dedicar a cosas que no son vitales.
No se puede decir en un
mismo párrafo que es alarmante la falta de cultura de vino, al tiempo que se
desprestigia el tipo de vino que se consume mayoritariamente, es decir, vinos
principalmente industriales, hechos por cientos de miles o millones de
botellas, vinos con poco o ningún interés organoléptico y que principalmente se
consume por su capacidad alcohólica.
Reconozco que muchas veces
desprecio esos vinos sin espíritu y que solo se hacen por ser bebidos por pura
costumbre de beber una bebida alcohólica, y que el mejor uso que se les puede dar
es ser mezclado con refrescos, para guisar, cuando no deberían ir directamente
al fregadero, pero al pensarlo bien, este consumo es también uno de esos
factores culturales que han existido desde siempre. En el pasado, beber ese
alcohol daba al organismo una serie de calorías que no se podían obtener de
otra forma, en ocasiones era preferible beber esos vinos a un agua de dudosa
salubridad, aunque insisto que muchas veces se ha hecho por el alcohol que
contenía. Ahora podemos obtener esas calorías de una forma distinta y casi
siempre de mejor calidad, ahora podemos beber agua con mayor seguridad, por lo
que el consumo de esos vinos se debe a otros factores, entre los que está la
costumbre.
Otro ejemplo, el también
muy manido mantra de que “la gente no le importa gastarse 14€ en una copa en
una discoteca, pero luego dice que el vino es caro, o que una copa de vino es
cara”, responde a esa generalización de la falta de cultura vínica, pero ¡es
que son dos contextos distintos! Pedir una copa, un cubata en una discoteca
responde a un ritual social en el que lo establecido es beber este tipo de bebidas en concreto, a
sabiendas de que el precio es grotesco, y donde el vino NUNCA ha tenido su
sitio, es decir, decido qué, dónde y cuánto bebo ajustado a la socialización y
a lo que me puedo permitir.
Ya para ir terminando.
Si, existe una cultura del
vino que está en retroceso, y está siendo sustituida por otro tipo de culturas
de consumo, está sucediendo desde hace mucho tiempo, y a pesar de que ha sido
evidente, solo se ha intentado hacer algo desde hace muy poco tiempo pero de
las formas más extrañas (y completamente equivocadas).
A pesar de que se tienen culturas
del vino, aún teniendo medios para transmitirla, a día de hoy no se ha logrado
tener una pedagogía orientada a los cada vez menos consumidores, que en muchas
ocasiones quieren beber tranquilamente un vino, no recibir clases magistrales o
una catequesis por parte de gente que les mira por encima del hombro y dentro
de la cartera. A la cultura hedonista se llega pacientemente, copa a copa, no
agitando el recuerdo del vino del abuelo y las tradiciones del pueblo si es que
realmente se quiere cultivar el hedonismo, porque el vino que el abuelo se
tomaba en la tasca o el vino popular de las fiestas del pueblo son aún más
prescindibles que esos vinos de a 2€ la botella. Para cultivar el hedonismo,
para que gastarse 15-20€ en un vino no sea una cosa estrafalaria que se hace
una vez al año por navidades (si eso…), no se puede hacer desde el desprecio ni
desde una supuesta autoridad moral que da gastarse 40 o 50€ en una botella. Si
falta la cultura de consumo, la cultura hedonista terminará por caer
estrepitosamente, porque, piensa, ¿cuántas bodegas en España se pueden sostener
solo a base de vender vinos de 30/40/50€ o más?, ¿100, 80, 200? La virtud
siempre está en el equilibrio, estamos todos de acuerdo que ese vino de 2, 3 o
4€ va a aportar poco o nada a cualquiera de las dos culturas, pero si sigue en
ese empeño de minusvalorar a quien lo consume, si no se realizan esfuerzos para
reconducir todo lo posible ese consumo a vinos de una calidad, al final el vino
terminará siendo un lujo apto para unos pocos, se convertirá en una cultura
elitista.
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