Si hay
algo que me fascina del mundo del vino, es esa capacidad innata que tiene de
dispararse al pie. Cuanto más leo, cuanto más comento, cuanto más discuto, más
me reafirmo en que el vino español está anclado, por su propio gusto, a viejas
premisas, a concepciones pasadas de moda, y sobre todo, a fomentar esa
costumbre tan nuestra que consiste en que el tiempo solucione los problemas por
arte de magia, mientras nosotros seguimos procrastinando y haciendo bueno aquel
artículo de Larra, “Vuelva
usted mañana”.
A lo
largo de algunas entradas, y alalimón, entre Advocatus Diaboli (le pueden
seguir en tuiter @Advocatus_Vini) y
servidor de ustedes (@aesteladoduero),
daremos cuenta de esas viejas y pesadas rocas. Nos (me) gustaría poder decir
cada cuánto vamos a publicar, pero entre que él es un informal, y yo nunca
estoy a lo que tengo que estar, lo iremos anunciando cuando la cosa esté más o
menos lista.
Hoy
empezaremos con el clásico “a mí me
cuentan una cosa y yo entiendo lo que me interesa/lo que me da la gana”.
Pondré dos ejemplos.
Hace
unas semanas, The Wine Spectator publicó un artículo en el
que se da cuenta de cómo un museo y dos bodegas francesas realizan una serie de
actividades para que niños a partir de 8 años sepan como se hace el vino, desde
la viña a la barrica. Pomposamente a esto lo han llamado cultura vitivinícola.
Aunque en el artículo no lo cita explícitamente, estas actividades permiten a
los padres de las criaturas poder visitar tranquilamente la bodega o el museo,
y ya que nos encontramos metidos en faena, pues se meten entre pecho y espalda
unos vinos. Sinceramente, la idea es cojonuda. El problema es cuando le
queremos dar un halo místico y, más o menos conscientemente, lo tergiversamos.
Unas cuantas cuentas en tuiter mostraron su admiración hacia esta iniciativa,
sintieron una “sana” envidia por estas actividades, si bien lo llevaron al
derrotero de que todo lo que se hace en el extranjero es mejor que lo que se
hace aquí, y más o menos vinieron a decir que mientras los escolares
franceses con 8 años ya recibían clases sobre enología, viticultura, se animaba
a que los pequeños (una vez tuvieran edad legal) bebieran vino, continuando el
legado de sus ancestros. Cierto es que hubo perfiles que indicaban actividades
iguales o parecidas aquí en España, pero no tuvieron la misma repercusión. La
idea inculcada era que en España, nuevamente, no sabemos hacer las cosas, que
somos unos lerdos y que hay que animar a los niños a que en el fututo beban
vino, pero de una forma cultural.
¿Qué
necesidad hay para hacer de una parte un todo? Ninguna. Si se pretende dar un
valor cultural al trabajo de campo y bodega, bravo, estupendo. Si lo que se
pretende es fomentar un futuro consumo, ennng, mal.
Pretender
que una experiencia cuando tienes 8 años te cree la curiosidad en el futuro, es
como pretender que yo me acuerde de cómo se hacían raíces cuadradas hoy: si las
cosas no se practican, se olvidan (ahora es cuando viene uno y me dice lo de la
bicicleta).
Es
como si la ESA o la NASA pretenden reclutar astronautas y científicos entre
todos los niños que fueron al planetario con 8 años. Si después nadie se ha
preocupado en fomentar ese interés, jamás habrá científicos ni astronautas.
El
segundo ejemplo, es un artículo de la revista digital Vinetur, revista que
vamos a ver muchas veces en las próximas entradas, e incluso es posible que
tenga la suya propia.
En el
caso de este artículo, se
refiere a un hallazgo arqueológico en Texas. Según parece, se han encontrado
unas vasijas de cerámica con restos de ácido tartárico y ácido succínico. Ambos
son relativamente fáciles de encontrar en la naturaleza, sobre todo en frutas,
pero alguien debió sugerir que estos ácidos pueden encontrarse en el vino, y
quien sabe, puede que una cultura anterior a la llegada de los españoles a
América, ya supieran hacer un vino. ¿Qué pasa? Que aunque el equipo que ha
realizado el hallazgo lo ha apuntado como posibilidad, también indican que no
han encontrado evidencias de que ese líquido provenga de un zumo de uva
fermentado, y así lo descartan, de momento.
Vinetur,
o la persona que ha escrito el artículo, no se ha cortado un pelo, y a pesar de
que lleva el enlace del estudio científico, que de momento descarta la
presencia de vino en las vasijas, el titular reza “Hallan evidencias de la
existencia de vino en América antes de la llegada de Colón.”, a pesar de que el
propio artículo indica que no existe evidencia fiable de que esos restos sean
de vino.
He
encontrado perfiles de gente seria y bodegas que, o bien no han leído el
artículo (mucho menos el prefacio del estudio), o bien les ha dado igual, y dan
la bienvenida a la noticia.
¿Realmente
nuestra capacidad de comprensión lectora es tan mala, que todo nos da igual, o
que hay que aprovechar que hay cocodrilos por el Pisuerga para inventarnos las
noticias?
SI hay
algo bueno de este s.XXI, es que podemos acceder fácilmente a la información,
que podemos contrastarla, pero también podemos inventar lo que nos dé la gana,
sembrar la duda y que alguien se pase regularmente a regarla.
Pero
está nuestro criterio, nuestro sentido común… ¿tiene credibilidad que el mero
hecho de que un niño visite una bodega, años después, desarrolle el gusto por
el vino?, ¿tenían los nativos americanos los suficientes conocimientos en
agricultura y química como para poder obtener fermentaciones de zumo de uva?
El
próximo capítulo, un día de estos, hablaremos sobre las propiedades mágicas del
vino, lo mismo te hace de crema Ponds o
te cura un cáncer.
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