Dentro de un momento se despertará Sergio y eso significa, como mínimo, un cambio de pañales y un bibe bien cargadito. El tío tiene un saque impresionante, sospecho que dentro de unos años nos sea mucho más barato pagarle dos carreras y el master del universo que invitarle a comer. Al tiempo.
El caso es que ya estoy buscando los vinos para esta Navidad / Saturnalia (como diría Sheldon Cooper). Tengo un serio problema con el vino que guardo en casa, y es que cuando aprieta el “mono” de una copita de buen vino, arramblo con lo que haya en mi cava, poco me importa si es un vino joven, un crianza o una botella de cerveza artesanal; así que me tengo que armar de paciencia, buscarme alguna excusa que me auto-convenza y me impida atracar mis propias posesiones, perdón, nuestras posesiones.
Tengo más o menos claro lo que quiero: tinto, rosado y blanco. Me planteo muchas veces si coger un espumoso, y no me refiero a un lambrusco. No me atrae demasiado el cava, champán o espumosos de la tierra, quizás me falte por probar el que me enganche. Esa mezcla de vino y burbujas solo me sabe bien si se trata de-¡oh, cielos!-, Don Simón y refresco. Sé que para muchos es una herejía el mero hecho de comparar Don Simón y un espumoso, pero sinceramente, aún no he probado ese magnífico elixir carbonatado que me haga mirar la copa, enarcar una de las cejas, exclamar “¡joooder!” y acto seguido pregunte el nombre de lo que estoy bebiendo y su precio. Llegará el día, pero creo que de momento está lejano.
Dos tintos los tengo ya elegidos y guardados, un tinto navarro que me ha emocionado y un Méntrida de buena familia que he conseguido a buen precio. Aún me faltarían un par de ellos, uno quiero que sea potente, que llene la boca de un trago, mientras que el otro sea algo más tranquilo, un vino para disfrutar en calma, charlando.
De los rosados tengo dudas, me apetece mucho un buen clarete de Cigales. Si, has leído bien: un clarete, aunque los renovados diccionarios y los nuevos tratados enológicos rechacen esa denominación; rosados de la zona de Málaga y/o Navarra. Pero quiero vinos, no zumo de piruleta, algo que últimamente pasa mucho con los rosados. Una vez está bien, es divertido, dos es pasable, pero tres…, tres es ya mucho.
En cuando a los blancos, serias dudas. Como más adelante os contaré, el 2.013 ha sido un poco convulso en mi tierra, posiciones encontradas y extraños movimientos de bodegueros, tengo que centrarme un poco, pero lo más seguro es que cuente con un par de verdejos, pero me gustaría abrirme a algo nuevo, bueno, nuevo para mí.
Sé que alguien dirá, ¡un albariño!, pero tengo un problema con los vinos albariños, me encantan como huelen, pero a la hora de beberlos, a mi gusto pierden y sé que es porque estoy bebiendo el biberón, ¡ups!, el peque pide guerra, un segundo…
¿Por dónde iba?, ¡Ah, si, medio de transporte!, perdón, hay días que el olor de la papilla (sin gluten) se me mete hasta el fondo del lóbulo occipital que no sé ni lo que digo…
Bien , albariños, correcto… decía que me encanta como huelen lo albariños, pero luego a la hora de catarlos, me quedo un poco acartonado, espero mucho más de ellos, y la culpa es mía porque me empeño, quizás, en querer descubrir un gran vino yendo a ciegas, sin saber… Quizás sea este el año en el que me atreva a probar un buen albariño.
Y aquí es donde empieza mi tarea, ¿qué vino podemos tomar en Navidad/Saturnalia? Si son tan amables de dejar su comentario con su sugerencia, se lo agradecería…
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