15/09/2015

A vueltas con el consumo de vino en España.



Cada vez me cuesta más publicar unas letras por estos lares, pero aquí sigo, aprovechando que Sergio está echándose la siesta. Sigo sin saber cuál es el combustible de los niños de hoy en día. La cantidad de energía que aporta un puré, de lo que sea, es claramente inferior a la energía que gasta este niño, una mezcla entre Pérez de Tudela y Miguel de la Quadra Salcedo, ¡la Paula que lo parió!

Entre tanto, y cuando me dejan, leo todo lo que puedo sobre el mudo del vino. Quizás dentro de unos días os ponga unas líneas sobre la pequeña gran sacudida que ha supuesto la llegada de Rooster Cogburn, lectura totalmente recomendable tanto si te gusta el buen vino, como si lo tuyo es el vino azul on the rocks.

Pero si hay algo que trata últimamente todo el mundillo del vino, es el cada vez menor consumo de vino en España. Ya hace un par de años, de di unas vueltas al tema en cuatro entradas, pero la cosa lejos de mejorar, ha empeorado.

Hace un par de semanas leí en el siempre interesante blog de José L. Louzan una entrada en la que daba su opinión al respecto, y os aconsejo que leáis.

¿Qué pasaría si las bodegas se quitaran la venda de los ojos, y que los consejos reguladores de las IGPs se dejan de historias y finalmente deciden crear normas que miren por la calidad en vez de por la cantidad, ¿realmente aumentaría el número de bebedores habituales de vino?

Mucho me temo que no, que incluso bajaría un poquito más.

Un problema son los tópoicos. Antes el vino era la bebida de los abueletes, la del pedo fácil y barato, el elixir los ricachones y la bebida obligada de las navidades. Ahora es la bebida de los pijos, de los snobs, de personas que dicen cosas rarísimas como “terruar” o que esnifan una copa y exclaman “¡ah!, ¡ahí están los balsámicos!”

Otro problema es que a la mayoría de nosotros no nos han enseñado a beber vino. No hemos aprendido a beber vino, y cuando lo hemos hecho, ha sido de forma autodidacta, aunque en muchos casos, como el mío, con los peores ejemplos, las lecturas equivocadas y demasiadas pretensiones, bueno, algunos más que otros (y no señalo a nadie)

Y de esos polvos a estos lodos. Vivimos en la sociedad del placer inmediato, de la ley del mínimo esfuerzo elevado al infinito. Ya no nos gusta arriesgar, incluso comienza a estar mal visto. Si sabes que algo te gusta, ¿por qué ese atrevimiento a experimentar, a elegir, a molestarse en probar cosas nuevas?

 Una persona que esté acostumbrada a beber algo de vino, un poco de vino, al menos una botella al mes, una persona que beba  mucha más cerveza que vino, ¿qué es lo que tendría que tener  ese vino tan maravilloso que le “obligue” a cambiar su hábito?, ya no digamos de aquellas personas que no beben vino, ¿qué razón podemos dar a esa persona para que cambie un vaso de cerveza, un botellín, por una copa de vino, una sola copa de vino?

El vino tiene que competir con un refresco alcohólico que reúne esos principios de placer automático, ya sea en un bar cualquiera, en tu casa  o en la de los amigos. Es inmediato y barato, siempre sabe igual. Esto puede parecer una tontería, pero ¿cuántas veces nos hemos decepcionado al descorchar una botella, esperando encontrar ciertas cualidades, ciertos olores, ciertos sabores… y al final no estaban ahí? Y hablo de vinos que conocemos, de bodegas que conocemos. Puede tratarse de una botella, de un lote, de una añada, de cambios dentro de la bodega… El vino, el buen vino, depende de mil factores, es un ser vivo que evoluciona constantemente y así se refleja en la copa.

La cerveza no.

Es constante en el tiempo, no sufre evoluciones tan drásticas, y aunque existen ligeras variaciones si la tomas de grifo, de botellín, de lata (ese carbónico…), al final no tiene una importancia tan grande como para rechazar el vaso.
Podríamos hablar de marcas, de tipos e incluso de nacionalidades. Podemos hablar de campañas de marketing, de cómo ha desplazado al vino como “bebida nacional”, al punto de que ha sido el “orgulloso patrocinador” de las selecciones nacionales de fútbol y baloncesto.

Yo mismo no puedo negar que me gusta mucho la cerveza, de hecho lo he contado más de una vez por aquí. Tenemos que reconocer que las empresas cerveceras lo han hecho muy bien, se han sabido mover al unísono cuando tocaba. Lo han hecho poco a poco, adaptándose a los tiempos. Han sabido crearse un público fiel.

El mundo del vino español ha reaccionado tarde y mal. Achaca a la cerveza y a otras bebidas sus males. Por atacar, se ataca incluso a la DGT. Y no, los tiros no van por ahí.

En España no se ha sabido fidelizar al bebedor de vino, conseguir un público fiel y crítico. Desde hace mucho tiempo se viene mantenido a un comprador de marcas de vino, a personas que, insisto, no se les ha enseñado a beber vino, si no a leer revistas (o al menos reseñas interesadas de estas), guías que a día de hoy están más que cuestionadas, apoyar el sancta sanctorum de Ribera y Rioja, a buscar vinos en función de los puntos Parker, Peñín; un bebedor apocado, cobarde, incapaz a la hora de explorar otras IGPs, otros vinos, y que en muchos casos, no les gusta lo que beben: lo hacen porque se supone que lo que cae en su copa, es lo mejor.

Volviendo a la entrada de José L. Louzan, el autor nos dice: 

“A lo mejor la salvación del vino pase por hacer vino. A lo mejor pasa por hacer vino de uvas seleccionadas, autóctonas o adaptadas y tratadas con una viticultura razonable y sensible. A lo mejor la salvación pasa por hacer vino de uvas sanas o lo mejores posible, dependiendo del año. A lo mejor pasa por hacer buenos vinos, interesantes, curiosos ... pero vino.”

Creo que  es uno de los razonamientos más simples pero de una lógica más aplastante que he leído u oído en mucho tiempo.

Tengo más que comprobado que un buen vino le gusta a casi todo el mundo, al menos a esas personas que por un motivo u otro acceden a beber una copa de vino sin complejos. Te podrá gustar o no, pero al menos has querido probarlo.

No obstante, me genera una pequeña duda. Todos conocemos buenos vinos por menos de 10 €/botella. Siendo totalmente franco, cada vez son menos, cuesta mucho más encontrarlos, incluso de bodegas que vengo siguiendo desde hace tiempo. Quizás esté cambiando mi gusto, quizás esté evolucionando (o involucionando), pero veo que a día de hoy para beber un vino, ya hay que pagar entre 10 y 20 €, y ese precio solo está dispuesto a gastárselo el personal que sabe o quiere aparentar saber de vino.

¿Cuánto costaría el  vino que propone José Luís Louzan en su blog? Una uva sana, de calidad, con una producción más o menos limitada de lo que da una tierra sabiamente tratada.

Mucho me temo que más de lo que el bebedor no habitual de vino está dispuesto a pagar.

La solución al bajo consumo de vino en España, no pasa por poner precios más baratos. Hay lineales en los supermercados, hipermercados y tiendas especializadas de vino, mejunjes por debajo de 5 euros que en el mejor de los casos sólo sirven para cocinar o mezclar con gaseosa.

La solución pasa, como también apunta José Luis, por formar al personal, y decididamente, no desde la escuela: mira niño, esto es una vid, eso son uvas, esto es mosto de uva que pasa por una serie de procesos que lo convierten en el elixir divino de la vida que, legalmente, no  podrás probar hasta que cumplas los dieciocho y la visita a la bodega solo sea un recuerdo.

No. Llegado el momento habrá que enseñar, formar a un joven de 18 años y darle a probar vinos facilones, vinos de batalla, acostumbrarles a que lo paladeen, cosa harto difícil después de ver lo que compran para sus botellones.


Y después, si, invitarles a que se atrevan a probar, a experimentar, a ir de vinos, de tiendas de vinos, visitar bodegas, hablar de vino sin tapujos. Es una tarea muy compleja y a medio plazo que requiere una implicación de las bodegas, administraciones públicas y quienes mejor o peor escribimos, hablamos, tuiteamos sobre vino, siendo coherentes, generando debate, transmitiendo eso que un vino transmite en una copa.

La tarea es compleja, y esto no ha hecho más que empezar.


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